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Antonio Cuevas

Orgullo: tantos sufrimientos, tantos odios

Una persona sostiene una bandera LGTB en la semana del Orgullo. Isabel Infantes - Europa Press

Orgullo: tantos sufrimientos, tantos odios, pero el Orgullo volvió a estar en la calle, el Orgullo Mundial en Madrid, a pesar de las continuas agresiones, el desprecio, la marginación, a pesar del alcalde y de la presidenta de la Comunidad, a pesar de VOX y de Telemadrid, se llenaron las plazas y se abrieron las grandes avenidas de la Libertad (y no simplemente la que posibilita tomar cañas). Costó mucho llegar está aquí y hay que defender cada centímetro de derechos conseguidos. En juego está la libertad, y también la misma felicidad. No se sale nunca del todo del armario, se trata de una lucha diaria. Siete de cada diez FELGTBI+ ocultan su tendencia sexual en el trabajo. Según Amnistía Internacional en unos setenta países la homosexualidad es ilegal y en otros once las personas que aman saliéndose de la norma pueden ser condenadas a muerte.

Desde los años sesenta la reivindicación de los derechos homosexuales se fue propagando como una mancha de aceite en todo el mundo y el patriarcado, el machismo, la homofobia, no se resignaron a perder los privilegios que venían disfrutando desde siempre e intentaron impedir ese avance. La realidad les pasó por encima, pero no se resignaron y están siempre emboscados esperando el momento para volver a atrasar el minutero y derogar aquellas leyes que garantizan derechos, que son derechos humanos fundamentales, irrenunciables. En este Orgullo se evidenció la preocupación por las agresiones, asesinatos (Samuel Luiz), discursos de odio, expresados en algunos medios, pero también (y esto es lo más grave) en sede parlamentaria.

A principios de los años setenta del pasado siglo, el psiquiatra Carlos Castilla del Pino, en respuesta a una carta a un grupo gay (FLH argentino), escribió que en la medida de que los homosexuales obtuvieran derechos, eso beneficiaría también a los heterosexuales y los haría más libres despojados de la mochila de prejuicios. Y eso ha sucedido, pero el sistema tradicional rechaza esa posibilidad pues pone en peligro su propia esencia. En 2005, España fue pionera -y eso que fue la "Reserva Moral de Occidente"- en promulgar una ley que posibilitaba el matrimonio de personas del mismo sexo y con el derecho de adoptar. El Partido Popular recurrió al Constitucional para que fuera derogada pregonando que esto constituía prácticamente el fin de la Historia y el derrumbe de la familia (anteriormente habían argumentado en parecidos términos respecto al divorcio). Sin embargo, muy pronto, incluso antes de que se pronunciara el Tribunal Constitucional, relevantes líderes de este partido no tardaron en hacer uso de la misma. Rajoy participó en una de estas bodas y bailó alegremente con los novios. Esta semana el Constitucional declara por primera vez que toda discriminación de las personas trans es ilegal, otro paso significativo.

Orgullo en Madrid. Madrid aparece en casi todas las televisiones del mundo, una campaña publicitaria imposible de financiar, se estima que la ciudad con este evento se benefició con unos 400 millones de euros de ingresos. Pero el alcalde de la ciudad no asistió a ninguno de los actos y manifestó que nunca había asistido a ningún Orgullo, y Telemadrid contraprogramó con una corrida de toros.

A todo esto, 19 años después que España, Suiza decide aprobar el matrimonio igualitario.

¿Perder derechos? El Código Napoleónico de 1810 no menciona la homosexualidad como un delito y dice algo sorprendente, lo califica como "un delito imaginario". Pero en 1933 nazis y estalinistas coinciden y penalizan la homosexualidad condenando a años de cárcel, a los campos de la muerte y a losgulag. La libertad que se disfrutó en las primeras décadas en Europa desapareció de pronto. Los derechos se consiguen, pero también pueden perderse. Hay que defenderlos.

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