El 22 de junio, mientras la ciudad de Alicante estaba sumida en plenas fiestas, Caixafórum abría sus puertas en València. Lo hacía en el edificio Ágora de la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Entre otras, con una exposición del British Museum sobre Egipto. Contaban sus responsables cómo a lo largo del año, cuando todo avance a velocidad de crucero, se podrán celebrar seis exposiciones anuales, y alcanzarán medio millón de visitantes.
Me pareció muy buena noticia para la cultura de la capital autonómica y muy mala para la alicantina. Dado que tenemos asumido que vivimos e inventariamos con naturalidad el evento como cultura, y la cultura como evento, no creo equivocarme al considerar este contenedor de exposiciones como un competidor de nuestro valorado MARQ.
El contenedor, el Ágora de Calatrava, se hizo con dinero público de todos los valencianos (también alicantinos). Caixafórum, con fondos privados. Pero no olvido cómo fueron saqueadas las cajas alicantinas. Cómo esta semana se celebra el triste aniversario de la quiebra oficial y posterior desaparición de nuestra joya de la corona, la CAM (cuarta de España). Y cómo los alicantinos contemplamos cómo las millonarias fundaciones culturales de las entidades de ahorro no tratan a nuestra provincia como la cuarta beneficiaria del Estado, sino que hemos pasado a la cola de la cola.
El 3 de julio, precisamente en el MARQ, en unas jornadas sobre el futuro de la cultura en la ciudad de Alicante, la vicepresidenta de la Diputación, Julia Parra, proponía como modelo nada menos que Madrid y Barcelona. Habría decirle que pisara tierra, comenzase por lo viable, y mirase a las muy cercanas Murcia y Cartagena. De las que tenemos mucho que aprender. Que Alicante quiera apuntar culturalmente a Madrid y Barcelona es grotesco.
