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José María de Loma

El buen analista

El Pleno del Congreso de los Diputados. José Luis Roca

El oficio de analista político es muy cansado. Antes había dos partidos, elecciones de higos a brevas y no existían las redes sociales. El analista político hacía su análisis y se iba a Betanzos a comer unos pimientos, a Marbella a tomar el sol o a Benidorm. En su defecto, a su casa a enchufarse una cerveza con aceitunas. Tampoco faltaba el que se iba de vacaciones a los cerros de Úbeda, que deben estar superpoblados. Vida tranquila. Si acaso lo requerían de alguna tertulia, lo que le proporcionaba un plus de notoriedad y un ingreso extra. Que nunca invertía en estudiar más la ciencia política, para qué. El oficio de analista político ahora no se acaba nunca porque hay mucho movimiento político, mucha competencia, no poco intrusismo, más partidos que ventanas, redes sociales y hasta un hastío de pimientos. No se acaba ni en julio avanzado ni en agosto. El analista político está en su casa y lo llaman para un análisis de urgencia y tiene que vestirse rápido, tal vez de madrugada y salir pitando o corriendo o silbando para realizar o perpetrar el oportuno análisis y salvar la situación. La situación es complicada. Siempre. Si decimos que es fácil no hace falta análisis ni requiere que el analista la desentrañe. «La situación es complicada» es una buena forma de empezar un análisis, incluso una frase. Siempre y cuando a continuación no compliquemos mucho el párrafo o la alocución, a ver si no nos van a llamar más.

El analista político es requerido para que elucubre sobre los pactos, pero puede que haya hecho un pacto consigo mismo de no criticar siempre al mismo y le salga una vena poco pactista o de pactismo facilón. A veces al analista se le ve el plumero, pero digo yo que peor es que se le vean las enaguas, las cornás del hambre o las intenciones. O demasiados pelos en el sobaco, que sin ser gran defecto para un analista sí puede ser una objeción estética de cara a su vida privada y en aras a relacionarse correctamente en sociedad en la piscina comunitaria.  

El buen analista no pontifica ni, aunque hable de religión. Sus análisis de sangre siempre tienen una lectura política. Se irrita muchos si ganan los glóbulos blancos, tal vez por creer que los glóbulos rojos han estado un poco sojuzgados. El buen analista no se altera, pero ha de levantar alguna vez la voz para no ser tomado por apático o tímido. Es entonces cuando le conviene decir «no le consiento eso». Haría bien en pronunciar cada mes y medio o así la alocución «debemos hacer autocrítica». La corbata da algo de rigidez, pero no debe ser confinada de por vida. Si es analista de periódico con una foto de la primera comunión (que no se vea el crucifijo) puede valerle para toda la vida. «La política es el arte de lo posible» puede decirse una sola vez. El analista nace con un contador de frases hechas y esa penaliza el ingenio una barbaridad, aunque puede permitírsela en caso de quedar en blanco. Ensalzar la moderación funciona. Sobre todo, en el bar de abajo, que te invitan al café con el menú del día por tu fama de hombre al que «da gusto escuchar». No se empiezan las frases diciendo «en este país». Seamos rigurosos, señores.

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