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Manuel Alcaraz

¡Matemáticos de todo el mundo, uníos!

Yolanda Díaz en el primer acto de escucha de Sumar. EFE

La “Ley de Wincorn”, asociada a la de Murphy, sostiene que en el mundo hay tres clases de personas: las que saben contar y las que no. No he decidido si tal axioma me tranquiliza o me inquieta. Por lo que cada vez que alguien invoca una operación matemática como fundamento de una acción social, mi cerebro se escinde. Algo parecido debe ocurrirle a Yolanda Díaz, venturosa Ministra, que con un oído escucha sin parar, y con los dedos de otra mano –la izquierda- echa cuentas para sumar adeptos. Esto es mucho mejor que pretender asaltar a los cielos, que requiere más voces airadas y algoritmos invisibles. Según propia confesión, esta novedad quiere contribuir a que pueda repetir un Gobierno de izquierdas, dado que lo que vive enfrente es turbio, retrógrado y hasta esperpéntico. Me parece razonablemente suficiente.

Pero, a partir de ahí, y dados mis problemas con las matemáticas, me asaltan dudas. Eso no es malo. Lo malo es que le pase a una buena parte del pueblo de izquierdas que puede convertirse en el pueblo de la abstención. La primera es si existe alguna garantía para evitar que la suma se transmute en división que, al fin y al cabo, es lo que viene aconteciendo desde la I Internacional hasta las Elecciones Andaluzas. Si no entiendo mal, se trata de pescar, perdón, de sumar a las fracciones repartidas por todas partes tras las últimas convergencias. No se cómo se llama esa operación, pero no me extrañaría que fuera la famosa reducción al absurdo que en el colegio nunca entendí.

Las matemáticas de Díaz deben ser euclidianas pero más bien básicas, pues sólo quiere contar uno a uno, huyendo de la adición de conjuntos. Por eso en su acto fundacional, en su big bang, se prohibía a los partidos y a sus dirigentes principales. Quién nos iba a decir que la misma semana se aprobaba una nueva Ley de Memoria Histórica y la izquierda, 40 años después, ponía en entredicho a los partidos realmente existentes. No dudo de que la siempre emocionante clandestinidad aflorará, pues es imposible que hoy en día algo exista, siquiera sea de manera encubierta, sin que emerja en selfis y redes. Así que no sabemos la sustancia de ese no querer a los partidos pero sí a sus números.

Obviamente estamos ante la enésima maniobra de restar a lo existente para que un número entero florezca. Una gran atractora que polarice toda posibilidad de discurso, sin que las bases puedan multiplicarse por la altura -eso antes se llamaba democracia interna-. Por supuesto, una vez todo computado, se celebrarán elecciones primarias y unas cuantas asambleas, en las que los números primos gocen mucho votando lo que diga el líder del lugar. El realismo de Díaz queda levemente enturbiado por su falta de sorpresa. Porque el inconveniente no es que el modelo torne a ser voluntarista y carismático, sin atender al valor de lo institucional, de la responsabilidad o el debate colectivo, sino que ya sabemos que, en las actuales circunstancias, toda dirección carismática acaba siendo autoritaria. Y que todo autoritarismo acaba mal, muy mal, sumido en una suerte de decimal periódico, angustioso e inquebrantable. O una cinta de Moebius en la que yacen perdidos sueños y quebrantos.

Ahora bien, podría ser que a la buena voluntad le siga la suerte con los números de los dados, y en el proceso de calculo/escucha se encuentren miríadas de seres humanos de izquierdas, activistas, con una formación mínima, que renueven el hostil panorama… Y que no sean de partidos o, al menos, que no tengan un cargo más elevado que “Secretario/a Comarcal de Plurinacionalismos y Matrias”. Personalmente cuento las horas hasta ver la calculadora enviada por Díaz por aquí, para descubrir esos ilustres renovadores del letargo que, reconozco, nos invade. Lo escribo en serio. Nunca olvido lo que decía Walter Benjamin, que era ateo judío: no había que desesperar, pues cada minuto podía ser aquel en el que llegara el Mesías. De eso se trata: de una matemática mesiánica. Una y trina, si fuera posible.

Dicho todo lo cual y mostrada mi posición, debo afirmar y afirmo que muy bien, que si no hay otra cosa, prodúzcase esta multiplicación de panes y peces, aunque yo soy más de bodas de Caná. En serio: lo mismo me sumo a esto. Si el asunto está entre esto y el 0, pues… ¿qué le vamos a hacer? A la marcha: todos juntos y en armonía. Nunca fui un lince en matemáticas, pero la experiencia política me enseña que todo vale menos hacer numeritos irracionales para acabar sacando cifras negativas. Y el mundo está muy revuelto, la verdad sea dicha. Al fin y al cabo, la “Ley de Van Hermen”, también asociada a la de Murphy, asevera que “La solución de un problema consiste en encontrar a alguien que lo resuelva”, por ejemplo un Mesías que desconfíe de los que militan en partidos. La “Ley de Baruch”, en fin, recuerda que “Si todo lo que tienes es un martillo, cualquier cosa que veas parecerá un clavo”. De la hoz no dice nada.

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