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Carlos Gómez Gil

Un país a tiros

El presidente de EE.UU., Joe Biden (izq.), y el primer ministro israelí, Yair Lapid, celebran una reunión virtual del Grupo I2U2 junto con el presidente de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), el jeque Mohammed bin Zayed Al Nahyan Avishag Sha'ar-Yashuv/GPO/dpa

Hay un país que, periódicamente, protagoniza la atención mundial por los tiroteos masivos que matan y hieren a decenas de sus ciudadanos, como si viviera en un estado de guerra, dejando más víctimas en cada uno de esos sucesos que muchos de los bombardeos que se registran en otros conflictos cada día. Sin embargo, mientras en estos lugares hablamos de una guerra, este país se presenta ante el mundo como la nación más avanzada y próspera, a pesar de las atrocidades continuadas que vive desde hace tiempo y que forman parte de su cultura, de una manera de ser que da más importancia a la posibilidad de comprar y llevar un arma que a la vida y seguridad de las personas.

En lo que llevamos de año 2022, en Estados Unidos se han registrado 332 tiroteos masivos, según el Gun Violence Archive, una organización independiente sin ánimo de lucro formada en 2013 para proporcionar información precisa sobre la violencia relacionada con las armas de fuego en los Estados Unidos a través de 7.500 fuentes policiales, mediáticas y gubernamentales. Esta organización define un tiroteo masivo como un suceso en el que cuatro o más personas son asesinadas por disparos de armas, y en los primeros seis meses de este año se han producido un promedio de once por semana, unas cifras escalofriantes, sin parangón en ningún otro país del mundo occidental.

Pero estos datos son mucho más aterradores si se ven con una cierta perspectiva, ya que desde 2014 se habrían producido 3.388 de estos tiroteos masivos en territorio estadounidense, causando la muerte de 125.051 personas junto a otros 244.705 heridos, cifras propias de una guerra. Hablamos únicamente de tiroteos masivos, porque si nos referimos a muertos por incidentes con armas de fuego las víctimas hay que multiplicarlas por cuatro, certificando así la magnitud de esta tragedia consentida por el Gobierno y las autoridades de este país.

Es imposible no estremecerse ante una barbaridad semejante que buena parte de la sociedad norteamericana vive con normalidad, como si fuera un tributo necesario a esa cultura armamentista que sacraliza el derecho a tener un arma de fuego en casa, incluso para jóvenes y niños. Y es que ningún lugar escapa de estas masacres: iglesias, gimnasios, centros comerciales, escuelas, institutos, universidades e incluso jardines de infancia. De hecho, desde 2014 se han contabilizado en estos tiroteos 6.075 victimas infantiles y otras 26.086 de adolescentes, unos números que arrojan más horror a la espeluznante tragedia.

Una sociedad que permite, con indiferencia y sin evitarlo, el asesinato masivo de sus niños es una sociedad gravemente enferma, sin paliativo alguno. Peligrosamente enferma, podríamos decir incluso, al consentir que los impulsos asesinos estén protegidos por ley y dispongan para ello de la posibilidad de utilizar todo tipo de armas de fuego, incluyendo fusiles de asalto con cargadores múltiples usados en las guerras, como sucede en los Estados Unidos.

Y lo peor de esta orgía de sangre y violencia es que ante cada matanza, tras cada tiroteo masivo, con los féretros de los asesinados todavía sin enterrar, surgen numerosas voces de políticos estadounidenses que, sin rubor alguno, siguen defendiendo la compra y el uso de armas que serán utilizadas en nuevos asesinatos que seguirán alimentando esta espiral de muerte y terror en una sociedad profundamente defectuosa.

Tras la reciente matanza de Uvalde, en Texas, en el que un joven de diecinueve años mató a diecinueve estudiantes e hirió a otros diecisiete, el senador Ted Cruz, buen amigo de dirigentes de Vox, declaró ante los padres de los estudiantes fallecidos que imploraban entre lágrimas prohibir la venta de armas: "Me cansa toda esta politiquería. Sucede cada vez que hay un tiroteo masivo". Llamar con desdén ante el dolor de padres que han perdido a sus hijos en un tiroteo y que piden medidas para que no vuelva a ocurrir, “politiqueo”, da una buena idea de la catadura moral de este personaje despreciable que, no olvidemos, representa a una parte importante de los electores estadounidenses. El hecho de que Cruz señalara con normalidad, cada vez que hay un tiroteo masivo, dice mucho sobre lo frecuentes y rutinarios que se han convertido estas masacres. Dos días más tarde, el senador Cruz se dirigía a la convención anual de la Asociación Nacional del Rifle, en Houston, garantizando constitucionalmente la libre adquisición y uso de armas como uno de los valores fundamentales para los ciudadanos de los Estados Unidos.

De manera que tenemos que preguntarnos, ¿qué liderazgo moral y político puede ejercer un país que permite esta barbarie con sus propios habitantes? Llenar de detectores de metales los parvularios, colegios, institutos y hospitales demuestra la huida hacia adelante en la que vive este país, en el que se escucha a importantes políticos defender, sin inmutarse, que médicos y profesores lleven armas en su trabajo.

No es el liderazgo tecnológico, la supremacía económica ni la superioridad militar lo que coloca a un país al frente del mundo, como defienden algunos, sino cuidar a sus ciudadanos para evitar que puedan ser asesinados a tiros desde niños, como sucede cada semana en un país que tiene grandes valores, pero también gigantescos fracasos.

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