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Rafael Simón Gil

Viaje a Italia junto a Goethe

Pedro Sánchez en el debate del estado de la nación. DAVIS CASTRO

Mientras esta calurosa semana de julio acogía en su seno izquierdo el primer debate del Estado de la Nación después de muchos años de ayuno y abstinencia democráticas (el último de esos debates se celebró, en su seno derecho, hace siete años siendo presidente por accidente el diletante Rajoy, y, Sánchez, Dei Gratia, líder de la oposición); mientras esta semana el precio de la luz alcanzaba cifras que ni siquiera habría imaginado Einstein al calcular la velocidad de la luz; mientras esta semana salía más barato encender un cigarrillo con billetes de 50 euros que con un mechero de gasolina (pongamos que hablo del zippo); mientras esta semana una sandía murciana se subastaba en Sotheby´s con precio de salida similar a un lienzo de Severini; mientras esta semana se conocía la lucha intestina, descarnada y sin prisioneros desatada entre periodistas y periodistos de la gauche divine a costa de los papeles/grabaciones de Villarejo (una guerra entre grupos mediáticos de la izquierda, políticos, tertulianos y tertulianas de ese periodismo que debería avergonzar al otro periodismo, si es que tal hipótesis no constituye en sí misma un macilento oxímoron); mientras el gobierno de ellos, PSOE, y ellas, Unidas Podemos, @sanchezcastejon mediante, acordaba recaudar 3.000 millones de euros en dos años con un nuevo impuesto a la banca y las energéticas, para que en dos minutos los pequeños accionistas perdieran en bolsa casi 9.000 millones; mientras todo eso ocurría esta calurosa semana, la suplente de Mónica Oltra, Aitana Más, le recordaba a su novio socialista si el “compromiso” de la tasa turística iba en serio, a lo que el PSPV contestó solícito que sí.

Por todos, como imbatible metáfora con aliento en la nuca, el capitán Pedro Sánchez se encuentra atado al timón de un barco que hace aguas por todas partes y que, para mayor zozobra de los pasajeros (léase españoles), cuenta con una marinería en constante estado de sedición a bordo, de chantaje perpetuo, de chulesco motín. Ora son los herederos de ETA felicitándole -a Sánchez- por las medidas de populismo tributario anunciadas y por haberlos hecho doctores cum laude en la redacción de la Memoria Democrática (qué miserable paradoja, qué repugnante se hace leer el libro de las víctimas escrito por sus verdugos; una vuelta a banalización del mal que describiera con turbadora frialdad Hannah Arendt); ora son los rufianes remeros separatistas que odian España y la democracia; ora son aquellos que se mofaban cínicamente del terror, de los asesinatos de ETA, recogiendo las nueces de su podrido árbol; ora son los pijocomunistas a la greña por sillones, favores, chalés, vuelos exclusivos, sinecuras y millones que repartir entre sus acólitos y sacristanas (en ocasiones, para visibilizar -qué cursilería de verbo- la sororidad empoderada, incluso hacen funciones de nurses carpetovetónicas). Y, finalmente, algún que otro polizón implorando una bacina del rancho que se sirve en el barco.

No sé ustedes dos, pero tengo la impresión de que quien dirige políticamente España, en primera persona y de forma vicaria con sus socios, está jugando desde hace varios meses la interminable prórroga de un partido que sabe no puede ni va a ganar. Un agonizante extra time que mientras a él le permite buscar las excusas para responsabilizar a los otros de la derrota, condena miserablemente a los sufridos espectadores a un lamentable y patético espectáculo del que nada bueno puede esperarse. ¿Suben los precios?: Putin; ¿suben los combustibles?: la guerra; ¿sube el gasto público y la deuda?: el Covid; ¿España baja a la segunda división en calidad democrática, según The Economist?: las poderosas fuerzas ocultas, los medios de comunicación, la plutocracia invisible; ¿Europa rebaja en 1,3 puntos la previsión de crecimiento de España?: las fosas comunes camboyanas; ¿mueren 38 inmigrantes a manos de la policía marroquí en la valla de Melilla?: bien resuelto. Y así sigue jugando, grotescamente, la prórroga.

Mientras algunos políticos alargan de forma impúdica su misérrima agonía, mientras agonizo, como testimoniaba Faulkner en su novela homónima, un buen amigo de la infancia (“K”, en memoria a Kafka y su Proceso) se dispone a programar un viaje a Italia de la mano de su admirado Goethe. Le alabo el gusto. En 1786, Goethe decidió viajar a Italia de incógnito dada la popularidad y respeto del que ya gozaba en aquella época. Las experiencias que vivió en ese libérrimo viaje, las magníficas descripciones que hizo de su largo peregrinaje (del 3 de septiembre de 1786 al 6 de junio de 1787) se plasmaron en un libro publicado años más tarde, entre 1816 y 1817, titulado Viajes Italianos, como lo tradujo Rafael Cansinos Asséns, el gran poeta y escritor sevillano. Entonces “K” aún no había nacido; ha tenido que esperar un par de siglos y unas cuantas mutaciones orgánicas, insidiosas, silentes y vitales, para darse cuenta, junto a Goethe, de hasta qué punto puede la vida ofrecer estímulos tan gratificantes, soledades tan confortables, placeres tan carnales como el íntimo contacto de unos dedos acariciando suaves páginas tan bellamente escritas. Entre Goethe y Ovidio, con la certeza de abandonar Roma y siguiendo el magisterio de Cansinos Asséns, “K” recuerda “Cuando me asalta la imagen de aquella tristísima noche, postrera que en la urbe pasar me fue dado en Roma; cuando evoco esa noche en que tantas cosas dejara queridas, todavía de mis ojos brotan y fluyen las lágrimas”. Quizá mi amigo acabe confesándole a Goethe que no le podrá acompañar a Italia; pero le pedirá que vuelva a contarle cómo disfrutó el paso del Brenner a Verona; que le hable del Monte Cavallo romano, de la Ninfa Egeria… que le hable, que le hable...

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