Grietas, chorretones y suciedad; así volvemos a ver la Fuente de Levante, en la Plaza de Luceros. Han pasado muchos años, muchas obras, mucho tráfico, muchas mascletás… desde que amantes del patrimonio alicantino y de nuestras señas de identidad, empezamos a llorar por ella y a pedir su cuidado. Algunas de estas personas ya han desaparecido, como mi querido Arcadi Blasco, y otras se mantienen en la reivindicación como mi valorado Adrián Carrillo. La reclamación por su cuidado se ha retomado en los últimos años desde la Plataforma y la Asociación Salvem el Nostre Patrimoni por personas bienintencionadas que sufren el daño a nuestros “caballos” como daño propio.

No voy a hablar de lo que ya conocemos: el ingente dinero público dedicado a su rehabilitación una y otra vez, el lío de unos supuestos moldes que permitirán rehacer el grupo escultórico como si fuera una hoguera a la que quemar cada año y volver a construir, los informes de conservación y de la Universidad de Alicante alertando de lo que la daña, la petición de ayuda a la justicia por los amantes del patrimonio alicantino, cómo algunos técnicos quieren quitarse de encima las posibles responsabilidades, y la cerrazón del gobierno municipal -con el apoyo de parte de la oposición- para utilizar la fuente como un instrumento de confrontación política y no –en cumplimiento de su obligación- como un bien patrimonial a proteger.

De todo eso se ha hablado mucho, no insistiré. Mi interés con estas líneas es transmitir mi sensación de que todo lo ocurrido con esa fuente tiene un valor de símbolo de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que queremos ser, como ciudadanía alicantina.

Cuando yo era joven en la ciudad se decía con orgullo que “Alicante es una ciudad pequeña y Valencia un pueblo grande”. Esta frase recogía un anhelo y una realidad de una ciudadanía con voluntad de futuro, espíritu abierto, innovador, deseo de cultura y modernidad, que se empezó a gestar a principios del siglo XX y se mantuvo, pese a las dificultades, hasta toda la década de los 80. La plaza de Luceros con la fuente de Daniel Bañuls, de los años 30, fue un símbolo de esa aspiración. Fuente que se construyó utilizando un material innovador que proporcionaba la versatilidad que permitió construir todo el Arte Modernista en cualquier parte del mundo, cuyo desarrollo no habría sido posible con otros materiales clásicos como la piedra.

¿Qué nos queda de aquella época, de aquella aspiración?: unos edificios a salvo por ser sedes de instituciones, el mercado, el abandonado y maltratado edificio del cine Ideal (no me quedan lágrimas), la Fuente de Levante… Y ya.

El debate durante estos meses ha sido muy cutre: la fuente es de materiales pobres (sic), quién no quiere dañarla con máscletás ataca a Alicante, no hay informes que justifiquen que se le hace daño (tampoco hay que ser una lumbrera), lo importante es el negocio (¿de quién?) por encima de la seguridad de las personas, de su comodidad de acceso. Por el contrario, en Elche ante el posible daño al patrimonio cultural, trasladan las mascletás, le dicen a la gente que eso les servirá para que sean mejores, con más carga explosiva y mejor visibilidad, y santas pascuas y alegría.

Y así seguimos dando vueltas en círculo; haciéndonos trampas al solitario; sin liderazgos que busquen unirnos en el amor a lo nuestro. Utilizando las instituciones para generar confrontación. Alicante, hermoso patrimonio natural, ciudad en una Bahía envidia de quien nos visita y que sin embargo la administración la tiene maltratada con vertidos contaminantes reiterados y con vías ferroviarias machacando lo que podría ser nuestro gran paseo litoral desde Campello hasta Elche. Con la singularidad magnífica de tener un puerto urbano y el desastre de que la parte sur del mismo se dedique irregularmente a actividades industriales peligrosas, frente a casas y colegios.

Luceros es un símbolo. Estamos a tiempo de reflexionar. Nuestro debate como ciudad no puede ser si reventamos la fuente porque me lo paso bien y si se rompe se arregla con dinero público, que tenemos moldes para hacer una nueva cada año. Proteger y cuidar el patrimonio heredado, que tenemos que transmitir a las siguientes generaciones, no puede ser el debate. Si es así, estamos dejando claro en qué nos hemos convertido.