El valor que los monumentos, ya sean edificios, esculturas, fuentes y formas de organización que han ido conformando el espacio habitado, supera la función de mero adorno u ocurrencia. Con ellos se deja plasmada una parte de la historia y se mantiene viva la memoria individual y colectiva. Ese propósito anima a quienes los proponen, los realizan o los financian. Esa financiación procede en muchas ocasiones de los fondos públicos, al público pertenecen, el mismo público que continúa sosteniendo sus cuidados y su mantenimiento a través de sus impuestos directos e indirectos, tan mal entendidos.

Alicante, la ciudad, busca su perfil sin encontrarlo, quizá porque no deja de menguar su patrimonio ambiental, monumental, arquitectónico. Mantiene así el talante del que habla Josevicente Mateo en su libro “Alacant a part” de 1968: “La pedra dels palaus ha estat substituïda por la pedra funcional, els quarters heràldics pels rètols lluminosos. Si cap monument perdura amb penes i treballs ha estat trasformat en alguna cosa útil. Alló que es vell, trofeu o sentiment, s’enderroca si destorba; es deixa abandonat a la seua sort, si es considera que no cap ficar la mà al picot

Una parte del vecindario trabajó, trabaja, trabajará para evitar que disminuya, lo que continúa sucediendo porque viene de la fiebre desarrollista y consumista entendida como “modernización” imprescindible. La escasa atención que los poderes, públicos y privados, han prestado a ese patrimonio es la causa principal del olvido y desprecio que sobrevuela la ciudad. Esa falta de atención puede atribuirse al escaso valor económico que posee el patrimonio, lo que lo convierte en crematísticamente despreciable. No hay más que considerar porque “Alacant no conrea cap veneració, rebutja tot indici de llitúrgia, La seua salut és insolent i desvergonyida. Les seues idees son poques, senzilles i properes Les seues preocupacions ens veuen d'una hora lluny”. Es la respuesta a la reiterada pregunta que no deja de plantearse, ¿por qué le pasa esto a Alicante?

Conviene que los procesos de una sociedad pueden modificarse, que las tradiciones pueden servir para entender, cambiar y mejorar. El riesgo de desaparición del zarandeado monumento ornamental de la plaza de los Luceros quizás pueda servir para evitar que crezca la ya larga lista de desapariciones arquitectónicas, monumentales. La publicación del Consell Valencià de Cultura de la Generalitat valenciana “Monumentos desaparecidos de la Comunidad Valenciana” recoge una larga lista de monumentos desaparecidos en la provincia, sólo en Alicante cincuenta y nueve. Algunos de los que sobreviven sólo conservan una leve memoria de lo que fue su imagen. Casos peores hay en los que se ha pretendido hacer una nueva versión que ha resultado alejada por completo de lo que fue su antigua, y tantas veces sólida, construcción. Hay ejemplos que todavía se pueden recordar como el Casino, el colegio ajardinado Jesús María, la Comandancia de Marina, el edificio Felipe Berg(e) en la avenida Alfonso el Sabio, la Ermita de la Virgen del Socorro, la fuente de la plaza de Ramiro, el quiosco del Portal de Elche, el Instituto Municipal de puericultura, el Jardín botánico, el Jardin-escuela Altamira, el Club de Regatas. Y otros no incluidos en ese listado como el edificio de la Aduaneta en el portal de Elche, la casa Manero en la Rambla de Méndez Núñez y tantos otros edificios edificios de viviendas. Conviene destacar los restos arqueológicos perdidos en el entorno del monte Tossal que, con los excepcionalmente salvados de la furia constructora en el yacimiento de Lucentum, permitirían reconocer el itinerario de la romanización como uno de los ejes principales de la cultura de un pueblo junto con los arrabales, mezquitas fortificaciones de la no menos rica civilización árabe.

La fuente Levante, de los caballos, de la Plaza de la independencia, de los Luceros ha conseguido resistir durante casi un siglo, ha sobrevivido a intervenciones más o menos acertadas, y renace con las restauraciones de buenos profesionales. Merece todas las atenciones y cuidados no sólo por su valor intrínseco sino además como estímulo para las generaciones del futuro. Para que la ingeniosa inteligencia de los y las habitantes de Alacant se sobreponga a la desidia del “menfotismo” e incluya en todas sus actividades lúdicas y creativas el respeto, que es amor, a su patrimonio que es historia y es memoria. Su mantenimiento es también una forma de reconocimiento, una deuda con la familia Bañuls que ejercieron su oficio, su arte, en tiempos complejos.

Alcaldes, una alcaldesa, concejales de cultura de la democracia de ayer y de hoy son, en este tema, un ejemplo que conviene evitar. Es en cambio grato visibilizar a quienes, en su mayoría mujeres, trabajan hoy por elevar la imprescindible cultura alicantino-universal y lo hacen desde ámbitos públicos y privados como son el Instituto Gil Albert, el Museo de Arte Contemporáneo MAC, el Museo Arqueológico MARQ, la ejemplar galería privada Aural, el espacio Torre Juana que, entre otras innovaciones y tradiciones, promueve la inteligencia artificial para ayudar a la natural alicantina tan gravemente enferma.