Con la admisión a trámite del concurso de acreedores solicitado por la Escuela de Negocios Fundesem, con sede en Alicante, ha comenzado, de manera definitiva, el desmantelamiento de lo que pudo haber sido un laboratorio de ideas empresariales con el que poder canalizar el empuje económico que la provincia de Alicante tiene y ha tenido gracias al turismo, la construcción y un tejido empresarial, liderado por el calzado, por encima de la media de la mayor parte de las provincias españolas. Sin embargo, con el paso del tiempo, Fundesem se desentendió de su función principal y en vez de centrarse en crear un lugar de encuentro entre la sociedad y las empresas fue cayendo en un liberalismo a imitación de conservadurismo de países como Reino Unido o EEUU durante la década de los 80 y 90. Lo que pudo haber sido un punto de apoyo para que los empresarios alicantinos encontrasen futuros mandos intermedios y superiores se convirtió, por lo que hemos visto, en un nido de egos y enfrentamientos y en una pasarela para aprender a vestir a la última moda ultraliberal.

He de admitir que nunca he sabido a qué se dedican exactamente en sitios como Fundesem, Sus másteres eran muy conocidos y, al parecer, tenían mucha fama. A mí siempre me han parecido simples cursillos a los que se añaden nombres grandilocuentes con denominación en inglés. En mi juventud conocí a varias personas que habían completados alguno de sus cursillos e incluso a algún profesor de Fundesem como directivo de una empresa para la que trabajé. Todos ellos daban mucha importancia a tener alguno de sus títulos y al profesor casi no se le podía ni mirar. Era profesor de Fundesem, decían todos a su paso. La repanocha, vamos.

Lugares como Fundesem se caracterizan, sobre todo, por dos conceptos. En primer lugar, por despotricar contra todo lo público. El Estado, afirman, es una rémora con la que hay que acabar porque como saben las personas inteligentes cuanto menos intervengan los políticos en la vida de los ciudadanos y cuanto más bajos sean los impuestos mejor les va. En segundo lugar, por utilizar un lenguaje supuestamente técnico que en realidad no es más que llamar a las cosas con un sinónimo anticuado cuando se habla en español y por emplear el inglés todo lo posible. Ambas cosas para dar importancia a ideas simples que provienen del sentido común. Es decir, convertir el refranero español, plagado de sentencias juiciosas, en un invento de estas Escuelas de Negocio ya que, al parecer, sus directivos y profesores son grandes intelectuales.

Sin embargo, personas como yo, que no estamos al día de los entresijos de la política valenciana, hemos sabido que Fundesem estaba siendo subvencionada desde hace años. El alquiler de su sede estaba siendo pagada por Ivace, un organismo dependiente de la Consejería de Economía de la Generalitat Valenciana. Es decir, que mucho despotricar contra la Administración, pero luego que la deuda surgida por la mala gestión la paguen todos los valencianos. En concreto la deuda asciende a 1,65 millones de euros.

Como he dicho antes hace años tuve la mala suerte de tener un jefe profesor de Fundesem y compañeros que habían hecho un curso en ese lugar. En seguida me di cuenta de la jugada. Lo primero era escenificar una forma de ser y comportarse. Modales atildados, como de curita de pueblo, vestimenta cuidadosamente elegida y una manera de hablar suave y delicada. A ello se sumaba la repetición constante de frases sacadas de manuales del buen ultraliberal y la utilización de palabras en inglés de significado ambiguo. Nada de llamar silla a una silla. Como era de esperar tuve varios encontronazos con todos ellos. Con el directivo-profesor porque no tenía ni idea ni de gestión, ni de solucionar conflictos, ni de la empresa para que ambos trabajábamos. Con los demás porque pensaban que sustituyendo la formación intelectual y cultural por un cursillito iban a obtener, por arte de birlibirloque, lo que se consigue con años de lecturas y exámenes en planes de estudio regulados por la Administración.

Para que una empresa tenga futuro, deben darse, como mínimo, dos características. La primera es que los trabajadores deben estar valorados como el bien más importante. En realidad, algo muy simple: basta con que se cumpla la legislación laboral en vigor en materia de salarios y descansos. En segundo lugar, sus directivos y los mandos intermedios deben tener una gran vocación de servicio. Nada de encerrarse en los despachos para subrayar lo importante que somos todos. Hay que salir a la calle, hablar con los clientes y saludarles por su nombre. Pero sobre todo hay que gestionar la empresa o el departamento que se dirige bajo el concepto de “hacer hacer”. Un responsable, cuando informa a un trabajador de una tarea a realizar debe saber qué está pidiendo que se haga porque él lo ha hecho antes y después debe verificar que se ha hecho como había ordenado.

Estoy a favor de que la Generalitat salve de la quiebra a Fundesem siempre y cuando en la puerta de entrada se instale un cartel grande que diga: Esta Escuela de Negocios sobrevive gracias a la inversión pública.