¿Por qué es un insulto la frase que encabeza este artículo? Cuando queremos agredir a una persona, decimos de ella que es un animal, un cerdo, un burro, un zorro o una bestia… La verdadera agresión sería decirle a un perro:

- Eres un humano, eres una persona, eres un animal humano…

Porque entre nosotros, los humanos, se produce la auténtica maldad, el crimen organizado, la crueldad planificada, el rencor descontrolado, la envidia destructiva, la guerra organizada, el odio destructivo y el desprecio infundado… Y en los animales, no.

Recuerdo aquel poema en el que unos monos que están subidos a un árbol (el mono es un animal arborícola que habita sobre todo en los árboles genealógicos), contemplan las atrocidades que realizan los seres humanos y se lamentan de tener unos descendientes tan perversos. ¡Qué vergüenza!, dicen.

Anteayer, día 21 de julio, se celebró el Día Mundial del Perro, conmemoración que se viene celebrando desde el año 2004. No sé por qué este día, en plena canícula dentro de nuestro hemisferio. Quizás porque en estas fechas hay muchos perros que son abandonados a su suerte. Hay otros días de celebración relacionados con el perro (Día internacional del Perro Guía, el último domingo de abril; Día internacional del Perro Callejero, el 27 de julio; Día del Perro de Trabajo, el 6 de diciembre; Días nacionales del perro…). Ya sé la relatividad de estas convenciones.

Hay perros famosos: la perrita Laika se convirtió en 1957 en el primer ser vivo que pisó la luna; el perro Balto recorrió más de mil kilómetros liderando en 1925 el trineo de la expedición que traía las medicinas que salvaron al pueblo de Nome (Alaska); Bobbie regresó a su casa recorriendo cuatro mil kilómetros después de haberse perdido cuando viajaba con sus dueños; Greyfriars Bobby permaneció catorce años hasta su muerte al lado de la tumba de su dueño; Hachiko vagó por una estación durante casi nueve años esperando a su dueño fallecido; Lassie protagonizó diferentes series de televisión, libros y películas desde 1943 hasta nuestros días; Rin Tin Tin, un pastor alemán, fue protagonista de la conocida serie estadounidense que lleva su nombre, Barry fue un San Bernardo que salvó en Suiza a cuarenta personas perdidas en bosques helados durante los catorce años que trabajo como rescatista en el Gran Hospicio…

Estoy leyendo una tesis doctoral que se defenderá en la Universidad de Oviedo el próximo día 7 de septiembre. Seré, afortunadamente, el presidente del tribunal. Digo afortunadamente porque la lectura de una tesis siempre es una ocasión excepcional de aprendizaje. El título del trabajo es el siguiente: «Una nueva filosofía de la educación: La empatía animal». Está escrita por Beatriz Cimadevilla Alonso. La autora abre el trabajo con una significativa dedicatoria: «Esta tesis está dedicada a todos los animales no humanos que sufren; y a aquellos de mis hermanos animales no humanos que, sin sufrir, forman también parte de mi mundo. Vosotros estáis entre aquellos que dan sentido a mi vida».

Los animales son víctimas de una concepción especista que ellos no pueden debatir ni rechazar. El término especismo tiene dos acepciones en el diccionario de la Real Academia: 1. Discriminación de los animales por considerarlos especies inferiores y 2. Creencia según la cual el ser humano es superior al resto de los animales, y por ello puede utilizarlos en beneficio propio. Ambas acepciones apuntan en la misma dirección: la de la cosificación de los animales por situarlos en una realidad diferente de y subordinada a la humana. El problema es que no les consideremos seres sintientes, que les convirtamos en cosas que se pueden tirar o golpear.

Hace años que leí el emocionante libro del premio Nobel Konrad Lorenz titulado “El anillo del Rey Salomón”, que en alguna edición tiene otro título: “Hablaba con las bestias, las aves y los peces”. Es impresionante ver cómo el autor investiga, observa y analiza las costumbres de los animales. Hace unos días terminé de releer “Cuando el hombre encontró al perro”, del mismo autor. Dice el premio Nobel en la última frase del libro que la historia de esta relación es “una suma incalculable de amor y fidelidad”.

Compartimos el mundo con los animales. Y, en muchas ocasiones, también la casa. En España, hay en los hogares más perros que niños. Nueve millones de perros, frente a seis millones y medio de niños y niñas. La empatía con los animales es un deber que tenemos cultivar para hacer un mundo más digno.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que el 70% de los perros en el mundo no tienen un hogar. En la actualidad existen aproximadamente 300 millones de perros en el mundo, con una gran variedad de razas y tamaños, todos muy cariñosos y dispuestos a servir a sus amos de formas inimaginables. Hoy en día contamos con perros policías, bomberos, lazarillos y de compañía.

Hay quien puede pensar que, habiendo tantos problemas y necesidades entre los seres humanos, toda la atención que se preste a los perros se detrae del cuidado a nuestros congéneres. No es así. Más bien es, al contrario: quien muestra solidaridad y aprecio por loa animales suele también manifestarlos con los seres humanos.

A mi juicio hay tres pasos que debe dar una sociedad democrática, asentada en valores. El primero es acabar con el maltrato de los animales. Hay muchas costumbres crueles, faltas de respeto y sensibilidad. Y no me refiero solo a esas costumbres salvajes en las que los seres humanos disfrutan, haciendo sufrir a los animales no humanos. Me refiero también al maltrato doméstico: golpear a perros, colgar a galgos (hay miles de galgos ahorcados, acuchillados y abandonados cada año en España), abandonar a su suerte… Comportamientos que deberían tener, por ley, castigos ejemplares. El segundo es cultivar la empatía, tratar de forma deferente a quienes comparten la vida y el mundo con nosotros. El tercero consiste en hacer visibles hermosas historias de perros, como la que conté en este mismo espacio con el título Montse y Chicharita. Una doble historia de superación heroica en la que una perrita y su ama vencieron la tetraplejia.

Los británicos, cuando muere un perro, dicen que «ganó las alas». Allí existe una leyenda que dice que los perros vienen a este mundo sin alas y sin hablar para que no se sepa que son ángeles.

Es emocionante el epitafio que escribió Lord Bayron a su perro Boatswain en el monumento que levantó en el jardín de la mansión en la que convivieron. Boatswain era una terranova, que contrajo la rabia y a la que el poeta cuidó en su enfermedad, a costa de contraer la misma enfermedad: «Cerca de este lugar/ reposan los restos de un ser/ que poseyó la belleza sin la vanidad,/ la fuerza sin la insolencia,/ el valor sin la ferocidad/ y todas las virtudes del hombre sin sus vicios./ Este elogio, que constituiría una absurda lisonja/ si estuviera escrito sobre cenizas humanas,/ no es más que un justo tributo a la memoria de Boatswain, un perro/ nacido en Newfoundland, en mayo de 1803/ y muerto en Newstead Abbey, el 18 de noviembre de 1908…». Solo cinco años de imborrable amistad.

Me gustan las historias de perros. Conozco muchas muy sugerentes. Aquí me voy a referir a una que tiene que ver con mi oficio de profesor. Dice así:

Una familia tiene un perro que presenta síntomas inquietantes de enfermedad. El veterinario, después de explorarlo detenidamente, le receta unas dosis diarias de aceite de bacalao

Todas las mañanas, el dueño va a buscarlo, le arrastra por la fuerza, le sujeta la cabeza entre las rodillas, le abre la boca violentamente y, con una cuchara, le va dando el aceite de bacalao.

Un día, en pleno forcejeo, el perro se libera de la maniobra de su amo, el tarro que este tenía sobre las rodillas va rodando hasta el extremo de la habitación y el perro va corriendo a lamerlo con fruición. No es que no le guste el aceite de bacalao, no le gusta la forma en la que se lo dan.

El ser humano está diseñado para aprender, tiene una curiosidad innata pero algunas formas de enseñar le resultan insoportables. No es que no le guste aprender, lo que no le gusta es la forma en que tratan de enseñarle.

Quiero dedicar este artículo a mi amiga Lola Alcántara, convencida animalista, amante de los perros y creadora del Proyecto Berta (nombre de una sus perras, ya fallecida). Se trata de un proyecto sin ánimo de lucro, que se dedica a rescatar y rehabilitar podencos del mundo de la caza para darles una vida mejor. El mundo sería más habitable (y los perros serían más felices) si todos fuésemos como Lola.