Pocos veranos han sido tan extraños como el que vivimos este año los europeos. Con una guerra a nuestras puertas, tratando de recuperar las vacaciones tras vivir los dos últimos años atenazados por la pandemia, viendo a nuestro alrededor como muchos conocidos siguen cayendo contagiados como fichas de dominó, con una escalada inflacionista que ha llevado los precios de alimentos esenciales a niveles de artículos de lujo, escuchando avisos continuos de que el próximo invierno será muy duro e incluso podremos pasar frío por el corte del suministro de gas desde Rusia, padeciendo los efectos inequívocos de un cambio climático que está afectando a nuestras vidas y acelerando la quema de nuestro valioso patrimonio forestal, con un cansancio en la sociedad que empieza a tener costes visibles y acelerar situaciones de inestabilidad.

Ante un futuro tan inquietante, miremos donde miremos, solo nos queda vivir el presente. Es así que este verano lo vivimos como si hubiéramos subido a la cubierta del Titanic para bailar y beber, ajenos a esos icebergs que asoman por el horizonte. Y no es para menos. Hacía tiempo que la sociedad no acumulaba tanto sacrificio y dolor continuado, desde que en 2008 comenzó una gigantesca recesión mundial de la mano de una crisis económica y financiera de dimensiones cataclísmicas. Y cuando parecía que recuperábamos el aire, que abandonábamos tanto sufrimiento, nuevas catástrofes asoman por el horizonte sin darnos un respiro.

Los europeos estamos comprensiblemente fatigados sin que parezca que nuestros dirigentes lo comprendan. Más allá de defender un país invadido militarmente, no se acaba de comprender la estrategia de la UE en Ucrania y la salida que se quiere dar a esta guerra a la que no paramos de alimentar con armamento y equipos militares. ¿Cómo puede ser que nadie esté trabajando para sentar a todas las partes en una mesa y alcanzar un acuerdo de paz que, más tarde o temprano, habrá que suscribir? ¿Es la destrucción de Ucrania el único horizonte por el que pasa el futuro de este país? Después de dos años de dura pandemia de COVID-19, con confinamientos, restricciones y daños en el empleo y la economía, ¿creen nuestros dirigentes europeos que pueden jugar a la guerra y a la geoestrategia a costa del sufrimiento de sus ciudadanos, e incluso poniendo en riesgo su subsistencia? ¿No valoraron los costes y daños que iban a tener todas las medidas que adoptaron contra Rusia y que se volverían como un bumerán contra la población europea?

Naturalmente que Alemania y otros países centroeuropeos han construido un escenario energético basado en el suministro de gas desde Rusia, por lo que sorprenderse ahora ante el corte de suministro de gas ruso mientras la UE ha tratado de estrangular la economía y las finanzas en este país parece tan cínico como hipócrita. ¿Alguien, en su sano juicio, podía pretender que mientras los países europeos apoyan a las tropas de Ucrania para que destruyan al ejército ruso, tratando de llevar a la economía rusa al colapso, este país tendría que respetar los contratos de suministro de gas, fundamentales para la economía europea y para garantizar el bienestar de la población? Me temo que, en esta película, hay quien está jugando contra Rusia utilizando a Europa y a los europeos como munición de grueso calibre.

Y ahora vienen los llantos, cuando nos damos cuenta de que solo con que Rusia corte el suministro de gas a Alemania la recesión económica que originará será tan profunda que podemos enfrentarnos a otra enésima gran crisis global, otra más sobre las sufridas espaldas de los europeos, con unos costes sobre la población que serán difícilmente soportables.

Los buenos políticos no son solo los que adoptan medidas adecuadas para solucionar los problemas, sino quienes tratan de anticipar decisiones para evitar que aparezcan los problemas, y ahí no parece que nuestra UE esté en las mejores manos. Con ese lenguaje rimbombante con el que las instituciones comunitarias construyen acuerdos vacíos, la Comisión Europea acaba de anunciar el plan «Ahorrar gas para un invierno seguro», con el que se pretende que este invierno las fábricas no se paralicen, no pasemos frío y podamos ducharnos con agua caliente. Si la UE llama «Fondo europeo de apoyo a la paz» al programa de suministro de armas a Ucrania, miedo da saber qué pueden hacer con un programa denominado «Ahorrar gas para un invierno seguro».

Lo llamativo de este plan es que se basa en ese principio tan hermoso llamado solidaridad, que muchos países centroeuropeos se han negado desde hace años a aplicar, por ejemplo, ante la crisis de deuda que vivimos los países del sur de Europa durante la Gran Recesión. Bien está que ahora, para evitar que alemanes y holandeses tengan sabañones por el frío, seamos los españoles quienes les cedamos nuestras reservas de gas que laboriosamente y con nuestros impuestos podemos gestionar y almacenar. Los mismos españoles a los que llamaban cigarras y pigs (cerdos) o de los que decían en reuniones de la Comisión Europea que no trabajábamos y que solo queríamos fiesta y siesta. Ojalá ese principio de cooperación y solidaridad se imponga a partir de ahora en la UE.