Desde los incendios en bosques al impacto en el asfalto, la ola de calor se ha llevado por delante las vidas de más de quinientos de los nuestros, que se dice pronto. Por lo que respecta al hiriente destrozo de la naturaleza, solo en Castilla y León la superficie quemada supera las sesenta mil hectáreas y las muertes de miembros de las brigadas que luchan contra Belcebú. Tras el fallecimiento de uno de ellos, el mandamás de la Junta introdujo esto en un tuit: «Nuestra Comunidad vive momentos muy difíciles ante la proliferación del fuego. Agradezco y valoro infinitamente el trabajo que lleváis a cabo». La respuesta no se hizo esperar: «Quiero decirle en nombre de todos los bomberos forestales que la forma de agradecerlo es dándonos faena todo el año, pagándonos como se nos tiene que pagar y proporcionándole al monte el servicio que merece». Ignoro por qué ciertos prebostes no caen en la cuenta de que, a veces, un respetuoso silencio es muy de agradecer. Y si tienes un vice sin misión alguna que se embolsa alrededor de ochenta mil euros, quizás más.

El fatídico caso que más relevancia adquirió debido a que el hijo se encargó de ensalzar su figura ha sido el del barrendero de Orcasitas que pateaba Vallecas embutido en un contrato de un mes y cambiando turno por hacer méritos a los sesenta tacos en horas desaconsejadas para el resto del paisanaje. No es por nada, pero el museo del pintor que lleva su nombre ha dado paso a la exposición «Sorolla en negro» en contraposición a la luz y el color que siempre lo distinguió. Debe ser el clima reinante, que descompone. Baste con decir que el alcalde de la Villa y Corte dio el pésame destacando que no era trabajador municipal. Previamente, en torno al Día de la Comunidad, su presidenta cinceló para la historia el aserto de que en Madrid no hay clases sociales. Es posible que quisiera referirse a quienes nunca tuvieron ni atesorarán clase de ningún tipo.