Okay, Motomami / Pesa mi tatami / Hit a lo tsunami / OOOOoooo / Okay, Motomami / Fina, un origami / Cruda a lo sashimi / OOOOoooo

Seguro que ha reconocido la canción: Motomami, de Rosalía, que anda en gloriosa gira. A mí me gusta Rosalía. Bueno, unas canciones más que otras, pero me parece estupenda la mixtura que hace. Muy inteligente. Con inteligencia colectiva. Esta canción, sin ir más lejos, ha requerido el concurso de Michael Uzowuru, Pharrell L. Williams, David Andrés Rodríguez y de la propia Rosalía. La letra esté registrada a nombre de More Water From Nazareth, que vete tú a saber lo que es, aunque creo que es una agencia de publicidad o algo así.

Motomami está escrito en motomami, que es una especie de lenguaje usado por un camarero de restaurante japonés con resaca. Nada que objetar. Muchas zarzuelas inventaron el lenguaje de los chulos madrileños: sin ellas Ayuso sería muy aburrida. Y siempre he sospechado que los héroes wagnerianos hicieron otro tanto, pero como lo disimulan en alemán, no estoy seguro. Podemos echar de menos los tiempos en que La Rosalía repetía «malamente», pero ese rasgo melancólico no es sino otra no prueba del espíritu reaccionario que trae el cambio climático. Luego está Chanel, sacada del pozo de los ataques feministas y antitaurinos y elevada a los altares del movimiento gay: tampoco su canción –sólo tiene una, así que no me equivoco- se cantaba en idioma reconocible, aunque imaginamos que la gula de Rosalía es lujuria en Chanel. Un idioma para cada pecado es una santa aportación. Disruptiva. Ahora, por fin, entendemos el castigo de Babel.

Es el signo de los tiempos. Lo malo es la pléyade de políticos entregados a una existencia motomami. Por tal entiendo el uso de prácticas, esencialmente lingüísticas, pero no solo lingüísticas, con las que quiere decir algo el político a sus fervorosos seguidores, pero que la ciudadanía no comprende, aunque es posible que jalee y aplauda tal algarabía. A los seguidores, en tiempos de hiperliderazgo, les da igual lo que no diga: basta con que abra los labios para provocar delirios. A ello contribuye la reducción de intensidad semántica en las redes y la necesidad constante de transmitir malas noticias con una sonrisa, aparentando que todo está bajo control. La existencia motomami es la experiencia de los mensajes basados en la incertidumbre, que tratan de explicar todo para que la incertidumbre no crezca y acaba por fomentar la inseguridad. Es simpatía y anulación argumental. El motomami es ideal para expresar el tránsito de lo líquido a lo gaseoso.

El motomami político, y sus diversos dialectos, permite que los políticos malos florezcan. Si se expresan en motomami no importa que participen del «vacío del mundo en la oquedad de su cabeza». No importa que la realidad pierda perspectiva: en motomami no hay tiempo para distinguir entre los planos de la (i)realidad. El motomami es lenguaje iniciático. El que hablan políticos para políticos, el que hablan periodistas para periodistas, políticos para periodistas o periodistas para políticos. A veces, seamos justos, se cuela en el círculo algún activista, un youtuber aventajado, un influencer de nota. El motomami es rico en imperativos, pero malo para explicar futuros. Tiene la suavidad requerida para convocar distopías. La experiencia motomami brilla con telas refulgentes, alamares y lentejuelas. Encandila. Pero salvo para los adeptos –que pueden llegar a ser muchos, pero ya han decidido el voto- es lenguaje que explica la abstención. Las empresas publicitarias lo tienen previsto. Y no se equivoque señora’ y señore’, no se equivoque. Aquí el buen político siempre está ready –menos Sanguino-. Y las bases a perrear: a echarle la culpa a alguna conspiración que pasaba por allí: el motomami es ideal para designar culpables antes que para dar razones alternativas.

Antes, en las noches electorales, los derrotados decían aquello de que «nuestra propuesta es buena, pero no la hemos sabido explicar». Ya no vale. El que lo sabe explicar pierde. O se rompe ese contubernio o subirá la ultraderecha. La ultraderecha no habla motomami: su casticismo le salva. Deberíamos llevar más cuidado.

Y ahora un caso práctico.

Está en la naturaleza de las cosas que Mazón, Presidente de Diputación de la Costa Blanca y candidato del PP a la Generalitat Valenciana, participara en el pasado en un festival de preselección a Eurovisión, formando parte del grupo «Marengo» –no sé si sabía que Marengo fue una formidable victoria napoleónica- con la romántica canción «Y sólo tú», con versos más sutiles que originales, como «siento en tus labios fuego abrasador», «el viento enreda tus cabellos» o «me quedó con mi soledad en un rincón». Nada de motomami, las cosas como son: galanura a raudales, imaginación al poder.

Sin embargo, es más que posible que Francesc Colomer, secretario autonómico de Turismo, sea el vencedor de la próxima edición de «Benidorm Fest». Todo su discurso, todo, cada gesto, cada intención, cada simpatía, se ha convertido en motomami: nadie entiende lo que está haciendo, pero significa, él solo, más que todos los discursos de las asociaciones hoteleras. La tasa aprieta, pero no mata. Pero la subversión de los principios democráticos más básicos, señora’ y señore’, lo mismo sí. OOOooo.