El Festival de Cine de San Sebastián ha anunciado, como cada julio, la participación española en el mismo. Este año se presentarán 18 películas nacionales, que podrían consolidar un festival en sí mismo. Salvo algunos cineastas ambiciosos que todavía pujan más alto, del perfil Albert Serra o Erice, que envían sus producciones directamente a Cannes o Berlín, reservándose Donostia como una segunda opción, la mayoría se sienten dichosos con ser seleccionados en el programa del único festival español de categoría o clase A.

El cine español, qué duda cabe, es un reclamo para cualquiera de los festivales nacionales. Por eso tanto la Seminci de Valladolid como los Festivales de Sevilla y Gijón tratarán de hacerse con algunos de los títulos que hayan quedado libres tras el festín donostiarra. Caso de las películas de Cesc Gay o Félix Viscarret, basada en un relato de Millás.

Después está Alicante, una provincia donde afortunadamente no nos quejaremos de la falta de festivales. Pero donde el problema, sin embargo, reside en la mera exhibición de las películas festivaleras. Hablando claro: a ver cómo nos las ingeniamos los que tenemos la manía de ver el cine en el cine (qué antiguos somos) de ver las 18 películas españolas que se exhiben en el Festival de San Sebastián (y todas las demás) en las salas de Alicante, a medida que se vayan estrenando en las de Madrid, Barcelona, País Vasco, Málaga o València.

En principio, teniendo en cuenta que la provincia de Alicante es la cuarta que más dinero acumula en las taquillas no debería haber problema. Pero sí lo hay, y bien grande. Un problemón. Cultural y político. En Alicante ni hay cinefilia, ni políticos que hayan puesto remedio al entuerto. Así que lo tenemos crudo.