Tengo buenas noticias. Para Macarena García, astrofísica de la Agencia Espacial Europea, «hay mucha esperanza de descubrir planetas exóticos donde se puedan dar condiciones de albergar vida». Ya lo sé, a cualquiera se le hace la boca agua.

El caso es que el telescopio gigante James Webb no deja de transmitir imágenes a la Tierra dentro de lo que se ha convertido en una nueva forma de observar el universo hasta los temitas más distantes. Las primeras secuencias que captó ofrecen los brazos espirales de una de las galaxias cubiertos de rebosantes estrellas oscurecidos por filamentos y gas más fríos, aunque hay cantidad de ingredientes difíciles de catalogar por el polv0 que es una barbaridad lo que hay en danza. Vamos, polvo va, polvo viene. Bueno nosotros, en cuanto a eso, con nada nos conformamos. 

Pero no voy a dejarles con la miel en los labios. He indagado otras fuentes. Mike Marlaska, bioquímico de la Nasa, señala que los lugares más propicios para dar con seres vivos son las lunas heladas y las nubes de Júpiter o Saturno y que «descubrir vida extraterrestre no supondrá un cambio tan radical como pensamos». Esta consecuencia no sé si la extrae el científico de los avances que están produciéndose en las investigaciones que vienen desarrollándose en el campo que se mueve o por las cotas de marcianidad que los mortales hemos logrado sin necesidad de salir al espacio interestelar. El que esté libre de retranca en las circunstancias que nos rodean que tire la primera piedra.

Y también están los astrónomos. Dos mil de ellos se reunieron recientemente en estos lares para debatir las ondas gravitacionales, la exploración del sistema solar o el agujero negro de la Vía Láctea. Por algo será. José Carlos Guirado, catedrático de la especialidad, dio la voz de alarma: «Necesitamos la existencia de astros pero de manera racional para poder conservar la exploración del cielo. Si no hacemos nada dejaremos de verlo. Exigimos normas de funcionamiento y control. Hay demasiados satélites». Qué nos vas a contar.