Vamos de récord en récord en esta durísima escuela de calor que nos ha tocado vivir. Ayer vimos que el sur de la provincia superaba los 43 grados e incluso los 46 en Elche, registros a los que hay que añadir como mínimo cuatro o cinco grados más por la sensación térmica que la humedad del 80% añade a la temperatura real. El dato del aeropuerto, 43 grados, es el más alto desde 1967. Siempre que utilizamos estas referencias históricas aludimos a algún momento del último medio siglo en el que las temperaturas han estado ya a esos niveles. La pregunta inevitable de estos días no es tanto si lo que estamos pasando es pasajero, sino si el cambio climático es un hecho y sus efectos han venido para quedarse. Algunos especialistas, no sabemos si agoreros o realistas, apuntan que debemos a empezar a asumir que el clima de nuestra Comunidad estará en las próximas décadas más cerca del de Bangladesh, o calor o lluvia sin tregua, que el muy benigno que hemos conocido hasta ahora en el sur del Mediterráneo. Vaticinios aparte, la realidad actual no es demasiado feliz. Cuando el calor alcanza los niveles actuales, especialmente en horario nocturno, la vida se vuelve literalmente un infierno. Si además tu nivel de ingresos te coloca entre esas 300.000 personas de la provincia que viven en una situación manifiesta de pobreza energética, el asunto aún es peor porque tu economía no te permite utilizar los medios que pueden ayudar a suavizar esos rigores. Además, el calor, estamos empezando a averiguarlo, mata. Ahí tienen la cifra de personas que han fallecido a consecuencia de las altas temperaturas y es cada vez más elevada. Y por si todo esto fuera poco, el calor es el último mal de nuestro sector agrícola: estas temperaturas queman cultivos como la uva de mesa o las hortalizas poniendo además en riesgo, pese a no tener problemas inmediatos de agua, otros como los cítricos, almendra, alcachofa o granadas. No es aún el apocalipsis, pero es algo casi con la misma temperatura.

Y una cosa más:

Compromís sigue enredándose en su tasa turística y convirtiéndola en un argumento político que no parece que vaya a ayudarle mucho en la provincia de Alicante. Agotados los recursos mentales para ensañarse con Francesc Colomer, al que no se conforman con pedir su dimisión sino que le señalan como poco menos que un infiltrado de la patronal hotelera, ahora optan por ampliar temerariamente su argumentario a favor de la tasa: la quieren porque el empleo en el sector turístico es precario. Darían risa si no fuera porque el asunto tiene muy poca gracia. Nunca pensaron en dedicar ese dinero a mejorar la calidad del empleo en el sector y ahora salen con esas. Deberían leerse el informe de la UA y hacer caso a quien sabe, sacando conclusiones fiables de cuántos cientos de millones y miles empleos pueden perderse con la tasa turística para recaudar 53 millones. Pero claro, un informe de una universidad de Alicante no les merece confianza. Suma y sigue.  

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