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Daniel Capó

El Banco Central al rescate

La necesaria subida de tipos impulsada por el Banco Central Europeo terminará exigiendo ajustes a los países del sur

El primer ministro de Italia, Mario Draghi

Tras el crash de 2008 y la dosis de austeridad con la que se trató a los países del sur de Europa, la llegada del covid-19 supuso un cambio de mentalidad. Los gobiernos socialdemócratas y la presión de los distintos populismos condujeron a una lectura nítidamente keynesiana de las circunstancias: el presupuesto público, inflamado por una sobredosis de deuda, debía evitar el colapso al que se asomaba el mundo desarrollado. Todos los instrumentos –monetarios, financieros, presupuestarios, fiscales– se pusieron al servicio de ese objetivo. En realidad, no parecía que hubiera alternativa al tratamiento de shock que se aplicó en aquel momento. Y seguramente no la había, como tampoco ahora. Después de la crisis, se produjo un aluvión inflacionario inédito desde los años 70 que, si bien pudo ayudar a encauzar los márgenes de déficit de los Estados –al menos, hasta cierto punto– y el brutal apalancamiento acumulado en esta última década, amenaza ahora con hacer trizas el ahorro del ciudadano medio y con incendiar la paz social debido a la subida del Euribor y a la erosión constante de los salarios.

La guerra en Ucrania, los últimos datos inflacionarios y la peligrosa crisis de gobierno en Italia (Draghi, el salvador del euro en 2011, era el hombre de Bruselas para domesticar las finanzas transalpinas) han acelerado la decisión del Banco Central Europeo, que se ha mostrado más agresivo subiendo los tipos por encima de lo que se preveía inicialmente: un 0,5 %, preludio de próximos aumentos, que deberían situar los tipos de interés de la zona euro más cerca del 2 % que del cero o de las cotas negativas que hemos visto en estos últimos años. El objetivo es el crecimiento económico y, por tanto, el empleo y la necesaria cohesión social. El precio a pagar para los países del sur –entre ellos, España– serán los ajustes presupuestarios indispensables para hacer frente a los efectos de la subida de tipos. Dichos ajustes, por supuesto, tendrán que ser mesurados si no se quiere dañar aún más a unos países ya muy afectados por la crisis anterior. Muy comedidos, de hecho.

Con esa intención, el BCE ha puesto en marcha un mecanismo antifragmentación, lo que supone que podrá intervenir directamente comprando la deuda de los países que puedan sufrir el ataque de los escualos financieros. El propósito es evitar subidas incontroladas de las primas de riesgo en las naciones más débiles, caso de Italia y de España por ejemplo. ¿Funcionará el programa? Hay que suponer que sí, aunque de nuevo tendrá un coste asociado para los gobiernos: nada sale gratis. Supondrá recortar el déficit y encauzar la deuda. En parte, la inflación permitirá incrementar la recaudación y reducir el impacto del endeudamiento sobre el PIB, pero no será suficiente. Los 14.000 millones de euros adicionales que se calculan ya para este año, con el objetivo de compensar el IPC a los pensionistas, dejan un agujero que hará temblar los cimientos presupuestarios de nuestro país. Confiemos en el turismo –tradicional salvavidas de la economía española– para mantener la rueda del crecimiento en marcha y evitar la recaída en la depresión económica. Llevamos muchos años malos, demasiados ciclos sin levantar cabeza.

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