¿Desajuste o avería? Un buen amigo de Benidorm, de esos que forman parte de la historia de la ciudad por haber contribuido a la creación del modelo turístico que hoy permite a esta provincia afrontar mejor que otras la salida de la crisis económica del covid, me comentaba hace unos días que los periodistas somos unos exagerados. Que, a mediados de los años 70, en verano, también hacía un calor de la leche en la Costa Blanca y que entonces el aire acondicionado apenas existía. Me ha venido a la cabeza su reflexión tras recordar las quejas de enfermos y personal de los hospitales de Alicante y Sant Joan al tener que soportar en plena canícula y en un verano del siglo XXI temperaturas de 30 grados en el interior de pasillos y habitaciones. El edificio del General Universitario de Alicante sí cuenta con esta prestación, no como en los 70, pero, a tenor de las explicaciones del centro, debe ser aún de primera generación y no es capaz de refrescar lo suficiente en esta ola de calor del Sahara, difícil de afrontar solo con ventiladores que, por supuesto, no han sido puestos por el centro. En el de Sant Joan las tres máquinas están a pleno rendimiento. Está claro que hacen falta más.

Y ahí voy. Los que saben aseguran que el calor asfixiante actual es consecuencia directa del cambio climático. Se cansan de repetirnos que la cosa empeora año tras año y que hay que tomar medidas a nivel global, Y digo yo, también a nivel local, pero la Administración no acaba de tomárselo en serio pese a los anuncios, consejos y promesas. En Alicante no somos capaces, siquiera, de tener a nuestros enfermos y sanitarios en buenas condiciones ambientales, aunque sí alardeamos de llamar a la puerta del mismísimo Harrison Ford para que venga a rodar a la “Terreta”, en un intento, loable, de volver a poner a la Ciudad de la Luz en el mercado.

Aunque soy de los que piensa, sacrilegio, que en los informes del panel de expertos sobre la que se nos viene encima las cifras pueden estar hasta algo sobredimensionadas en un intento de que tomemos conciencia del peligro, está claro que hay que ponerse la pilas, por mucho que sea el primero que no me crea que llegará el día en que el mar se haya tragado Tabarca o inundado la playa de Levante de Benidorm. O eso espero y deseo. No va a ocurrir ni en 50 ni en 100 años, pero tampoco podemos quedarnos de brazos cruzados.

Este mismo verano lo estamos viviendo en primera persona con la proliferación de incendios de magnitudes y virulencias históricas, o con la temperatura de nuestro mar Mediterráneo camino ya de los 30 grados. Algo pasa, está claro, pero, afortunadamente, hoy tenemos tecnología y medios para buscar soluciones, aunque la principal siga siendo la de siempre, la conciencia y el sentido común. Desde gestos tan sencillos como no tener el grifo abierto durante los tres minutos que empleamos para lavarnos los dientes a apostar por un modelo urbanístico menos depredador del suelo como el vertical de Benidorm. Con sus pros y sus contras, un ejemplo, guste más o menos, de sostenibilidad ambiental, por mucho que las playas en julio y agosto luzcan abarrotadas. ¿Cuáles no lo están?

Y para no hablar solo de la carencias también tenemos ejemplos de por donde debe ir el camino. Me refiero al modelo urbanístico compacto, ahí tienen el ejemplo del edificio In Tempo, que desgranábamos el domingo pasado en estas páginas, en el que se emplea menos suelo y se mejora la eficiencia en la gestión del agua y de la energía, puesto que se producen menos pérdidas en la red. Además, los desplazamientos de los servicios básicos (recogida de basuras) son menores, así como de la movilidad urbana en general, con lo cual las emisiones de COse reducen. Por contra, el modelo de ciudad dispersa, por el que apostaron muchos ayuntamientos, desde la Marina Alta a la Vega Baja, permitiendo incluso ocupar ramblas, barrancos o parajes naturales, que ahora les pasa factura en forma de inundaciones cuando llega una gota fía, es más derrochador de suelo, agua y energía.

Jorge Olcina, climatólogo alicantino de referencia nacional, se ha cansado de advertirnos que el cambio climático es una evidencia científica y que ya no es una creencia. Tenemos datos que lo avalan. El decenio 2010-2020 fue el más cálido de la historia reciente -desde 1850- con un aumento de1,2°C respecto al periodo anterior, por lo que solo quedan 0,8°C de margen según el Acuerdo de París, que busca mantener el aumento de la temperatura global por debajo de los dos grados, y perseguir esfuerzos para limitar el aumento a 1.5°C. Y este julio hemos alcanzado los 46 grados y sensaciones térmicas de 51 grados, catorce más que nuestra temperatura corporal.

Y al fondo, otro problema sin resolver: el problema del abastecimiento hídrico. La provincia de Alicante, y buena parte de Murcia, con un déficit de lluvias que en algunas comarcas, sobre todo al sur de la primera, es similar al del desierto de Atacama en Chile, sufre directamente el azote de los periodos de sequía debido a que por sí sola carece de los recursos hídricos suficientes para mantener su producción hortofrutícola. Un sector de la economía que da empleo a 50.000 personas y que no hubiera sido posible sin los aportes de caudales que llegan desde hace 41 años por el trasvase Tajo-Segura, una infraestructura hoy amenazada por el cambio climático y por el tradicional carácter ‘antitrasvasista’ del Gobierno de España, convencido de que el futuro pasa por la desalación de agua del mar. Un caudal cuyo precio es imposible para los agricultores, que siguen sin tener resuelto, además, el precio y la cantidad.

En Alicante se cultiva desde hace milenios -gracias a las más de 3.000 horas de sol al año- de todo, para consumo interno y exportación, pero, nadie lo oculta, si no llegara agua de otras cuencas, como la del Tajo, sería imposible. Pero no solo para la agricultura, sino también para el turismo, tanto el residencial (segunda vivienda), como para los miles de turistas que eligen los hoteles. En Benidorm, por ejemplo, los más veteranos tienen en sus retinas las imágenes de barcos-cuba abasteciendo a la población a mediados de los 70. El turismo alemán se fue y no ha vuelto... del todo. Y otra derivada: los que lo sufren lo afirman.

En la provincia no sabe llover, porque cuando lo hace es de forma torrencial destruyendo todo lo que coge a su paso. Algo que viendo lo que estamos viviendo este verano puede repetirse el próximo otoño, aunque los expertos aseguran que las gotas frías se hayan convertido en una amenaza en cualquier momento del año. De momento toca sequía y calor, mucho calor, que se lo cuenten a los pacientes ingresados por el covid en el Hospital General Universitario de Alicante. ¿Tercera parte de Blade Runner en Ciudad de la Luz? Perfecto. ¿Diseño de nuevos chips en el puerto? Mejor aún, pero no nos olvidemos de lo básico. Blindarse contra el cambio climático.

En este verano de calor asfixiante, por no tener, en las calles de ciudades como Alicante, una de las sartenes de España, no hay zonas de sombra. Y volviendo al principio. Los hospitales de la provincia necesitan buen personal sanitario, que lo tienen, pero también prestaciones tan básicas como un buen sistema de refrigeración, y, por supuesto, los autobuses urbanos deben llegar a su hora a las paradas en los diferente municipios alicantinos y no dejar que los usuarios se achicharren.