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Luis M. Alonso

La ley y el ahorro

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, participa en un acto por el 25 aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco.

Ahora que se están pidiendo nuevos sacrificios a los españoles, no estaría mal que alguien respondiese a la pregunta de la presidenta de la Comunidad de Madrid sobre qué medidas de ahorro va aplicarse el propio Gobierno partiendo de él mismo. Si va a reducir las salidas en helicóptero de la Moncloa a Torrejón para coger el Falcon con destino a Valladolid, si va a suprimir los vuelos de las ministras a Nueva York para hacerse selfies, o si simplemente se limitará a recortar el número de ministros del gabinete, lo que resultaría un clamor si mañana mismo se hiciese una encuesta preguntándole a los ciudadanos qué opinan al respecto.

No es que la pregunta la haga Ayuso, elevada a la categoría de mosca cojonera cada vez que mete el dedo en el ojo a la izquierda, sino por sentido común. Cuando por razones solidarias y de ahorro se le pide a los demás que apaguen la luz, quien lo pide debe empezar él mismo por predicar con el ejemplo. Pero eso, en este país, es como esperar que caigan las peras del olmo. Este Gobierno y la clase política en general no predicaron con el ejemplo, cuando otros en el mundo sí lo hacían, durante la pandemia rebajándose sueldos. Tampoco lo hará, aguarden sentados, en las horas difíciles de la historia que están por llegar. Únicamente está dispuesto a sacrificarse con la gestualidad de la corbata; cuando quitársela de encima es más un alivio que un sacrificio. El gesto, por reiterativo, acaba evidenciando el ridículo y la vergüenza ajena cada vez que Sánchez se desanuda el cuello.

Ayuso, a su vez, es una especie de gremlin que gusta y solivianta a unos y carcome el hígado de los otros, dependiendo del bando. Cuando la insta a que cumpla la ley en el plan de medidas de ahorro, el propio Gobierno parece olvidarse de la pasividad que esgrime mientras sus socios incumplen la ley de leyes, que es la Constitución.

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