Cuando los informativos del 3 de agosto abrieron con las imágenes de las Torres de Serranos de València a oscuras o las de los edificios de la Ciudad de las Artes y las Ciencias procediendo al apagón de sus luces como un dominó a las diez de la noche (cuando el sol acaba de caer, en plena temporada turística y en uno de los destinos más visitados), lo que los espectadores de todas las Españas estaban interpretando era muy claro: entre todos los presidentes sumisos con Pedro Sánchez, vaya con el valenciano, que parece querer sobresalir como el mayor de todos.

Sí hubo dos regiones insumisas, a las que no se debe incluir en el mismo saco. La primera fue la que preside Ayuso, que va por libre. La segunda en pronunciarse, el País Vasco, cuyas autoridades, ejerciendo como territorio propio, actuarán en relación a las normas de ahorro de energía propuestas según estimen oportuno. Para berrinche de Patxi Alonso, al que se vio muy enfadado en las noticias. Que por cierto tiene mucho más peso en el partido de Pedro Sánchez que todo el cuadro valenciano.

Pero la sumisión no es sólo PSOE valenciano con el gobierno central. El PP valenciano la supera. Se pudo ver cuando en 24 horas pasó de estar apoyando y alabando a Pablo Casado y Teodoro García Egea a, cuando tocó cambiar el guion, hacer lo propio con Núñez Feijóo. Puede estar muy tranquilo el gallego de que caso de conquistar los populares el Consell va a gozar desde València de un rendibú constante y permanente. 40 años después de haber aprobado el Estatuto de Autonomía, la Comunitat más infrafinanciada continúa siendo una sucursal de Madrid. Y de Alicante, la segunda residencia favorita de los madrileños, ya ni hablamos.