Leo en una columna política una definición del sanchismo con la que estoy muy de acuerdo: una forma de buscar y ejercer el poder que empieza y termina en una sola persona. Confieso que el personaje no es de mi agrado, que sus formas, que yo identifico con arrogancia y narcisismo, me lo hacen especialmente antipático.

Confieso que sus cambios continuos de criterio, enfocándose al sol que más calienta, lo califican en un grupo de políticos que yo no aprecio. Y confieso también que estaba dispuesto a darle una oportunidad cuando, allá por junio del 2018, formó un gobierno con figuras de cierta preeminencia, que el tiempo ha ido disgregando como un castillo de arena.

Pero el problema no es que yo no sea un admirador del señor Sánchez, su problema es que según el CIS -entidad poco sospechosa de antisanchismo- el 40 % de sus votantes en las últimas elecciones generales confía un poco o nada en Sánchez. Y cuatro de cada 10 votantes socialistas piensan que se transmitió poca o ninguna confianza de cara al futuro económico del país y ninguna impresión de fortaleza en el reciente debate del estado de la nación.

Ahora el señor Sánchez reconfigura el partido socialista, nombra nuevos personas de su confianza, nuevos portavoces… Pero parece poco creíble que las cosas que se han hecho mal durante tanto tiempo vayan a cambiar por sustituciones de portavoces o cambios en su equipo. Porque estamos ante una crisis de confianza y eso es difícil de reparar. No es el equipo el que falla sino la pieza central, el Rey del ajedrez y por eso renovar piezas secundarias es difícil que cambie el panorama.

El curso que viene va a ser duro, muchas familias españolas van a sufrir significativamente y todos los pronósticos nos llevan hacia medidas duras, algunas realmente dolorosas. Y eso no se puede resolver con propaganda ni con discursos sonoros a los que tan aficionado es nuestro presidente.

Ahora toca gobernar de verdad, con autonomía política, proteger a quien realmente se esfuerza y evitar que nuestra sociedad vuelva a salir en peores condiciones que la del resto de Europa. Pero eso no será posible si sigue primando la lógica del enemigo y la intención de dividir a la sociedad entre buenos y malos. Porque además el señor Sánchez ahora ha encontrado a un adversario de talla, que no le acepta el duelo a navaja y que tiene más experiencia y más sensatez que él.

Si España sigue gobernada por un gobierno partido, incapaz de llegar a acuerdos beneficiosos para el país que sean algo más que entregar dádivas y repartir subvenciones y, sobre todo, incapaz de renunciar a ese liderazgo iluminado que se llama Sanchismo y gobernar en bien de todo el país, los españoles vamos a pasar mucho frío en invierno.

Confiemos en que en estos meses alguien o algo haga cambiar, otra vez, la actitud del señor presidente.