Hubo una época de mi vida, allá por los primeros ochenta del siglo XX, que alterné mis estudios de Periodismo con un trabajo esporádico todos los sábados y las vísperas de los días festivos. Durante tres años, puntual, llegaba hasta la tienda (ultramarinos) de mi tío Pepe -una de las personas más buenas que he conocido en mi vida, por cierto- en el barrio bilbaino de Iturribide para ayudar y, además, aprender. Sin darme cuenta, me fui formando en el difícil y apasionante mundo del comercio. Desde conocer cuando un melón está en su mejor momento, moler café, manejar la máquina de cortar embutido o el cuchillo del queso, tratar una bacalada, saber que a los guisantes también se le conoce como arbejillas y hasta sumar de memoria listas con decenas de números porque en esa tienda de barrio la calculadora solo se utilizaba para los grandes balances.

En tres años me convertí en tan buen comerciante que algún sábado, con mi tío a medio gas por una inoportuna gripe, llegué a verme al frente del negocio. Sin darme cuenta, había pasado de aprendiz a profesional de los ultramarinos, esas tiendas tan clásicas del ayer, en las que hasta la presencia de un gato era algo cotidiano. Imagínense sin nos topáramos hoy con este felino doméstico en cualquier súper.

¿Y por qué nos cuenta esto, pensarán? Pues porque mis años de improvisado aprendiz me han venido a la cabeza después de escuchar la advertencia del presidente de la patronal de Obra Pública de Alicante, Javier Gisbert, al afirmar que la falta de trabajadores puede llegar a bloquear los proyectos de obras que empiezan a coger forma en la provincia gracias al dinero que llega de Europa para sacarnos de la crisis del covid. Gisbert calcula que harán falta 15.000 trabajadores. Y ahí voy yo. Por desgracia, hemos convertido muchas facultades en fábricas de parados y ahora que necesitamos buenos fontaneros, electricistas, carpinteros, ebanistas, encofradores… no existen, ni siquiera casi ya en el extranjero. Cifra a la que se puede añadir ahora la de mil mecánicos en los talleres de reparación de automóviles, por aquello de que la crisis nos obliga a alargar la vida útil del coche. La «titulitis» ha acabado por desprestigiar profesiones tan importantes y dignas como cualquier otra, y el peaje ya lo estamos pagando.

Además, la obra pública ha demostrado que es un motor de empleo para salir de la crisis y cuantas más personas estemos trabajando, menos presión soportará el necesitado sistema de atención social. Por eso, esta bolsa de miles de millones de euros proveniente de Europa que ahora se pone sobre la mesa debe aprovecharse bien y parece que podemos perderla. Solo así servirá para aliviar la situación económica en la que el covid ha sumido a muchas familias alicantinas, no solo a las relacionadas con la hostelería y el turismo en general, hoy, por cierto, en fase de recuperación. Este sector se está beneficiando de los ahorros generados por muchos durante la pandemia cuando al meternos a todos en casa el presupuesto de ocio fue metiéndose en una hucha. Pero esa hucha se está vaciando con las vacaciones y el otoño podría ser muy complicado debido al descontrol de la inflación. ¿Y si nos quedamos sin obras por falta de mano de obra?

¿Y por qué hace falta mano de obra? Los ERTE no pueden durar toda la vida. ¿Menos subvención y más trabajo? No conozco a nadie que quiera vivir del subsidio del paro, por lo que la crisis se combate con empleo, y ahí están los cálculos de los gurús económicos. Por cada millón de euros en obra pública se mantienen 25 familias.

Y asignaturas pendientes existen en la provincia. Desde la llegada del AVE en 2013 no se ha vuelto a proyectar ninguna obra importante. Autovías entre Alicante, Villena y Murcia, Tren de la Costa, y conexión del puerto de Alicante con el Corredor Mediterráneo. Solo con esos cuatro proyectos en marcha, la crisis económica que ha provocado el covid se afrontaría de otra forma en la provincia.

A eso se suma la falta de mantenimiento eficiente que sufren las carreteras, que ha provocado que se produzca un accidente prácticamente cada tres horas. Pero no solo hay que mantener las infraestructuras que se hicieron en el pasado para satisfacer las necesidades de entonces, también hay que actualizarlas. Si miramos al futuro, la provincia necesita, por ejemplo, una inversión urgente de 750 millones de euros para evitar que la autovía Alicante-Villena y la circunvalación de Alicante, las más conflictivas, se colapsen completamente en los próximos diez años, aunque ambas presentan ya serios problemas de congestión. En concreto, las «nuevas» carreteras debieran estar operativas en el horizonte de 2029, cuando se estima que la A-31 soportará un tráfico de 65.102 vehículos diarios, un 15% pesados, y la A-70 de Alicante 76.302 vehículos.

Pero ahora que llega los millones ¿no tenemos trabajadores? Javier Gisbert propone como una solución viable a medio plazo recuperar, de alguna manera, la figura del aprendiz. Vamos, que no pasa nada porque nuestro hijo no acabe aburriéndose en la facultad de Derecho a la que cayó mareado por la cantidad de grados que se pueden hoy cursar en la Universidad, para después cambiarse a turismo, pasar por ADE y probar en diseño gráfico intentando a toda costa obtener ese título universitario que ¿garantice su futuro?

La Generalitat asegura que el curso que viene arrancará con una cifra récord de plazas en los primeros cursos de Formación Profesional para dar una respuesta paulatina a la demanda que están teniendo estos alumnos por parte de las empresas. En el conjunto de la Comunidad Valenciana comenzarán a estudiar la Formación Profesional 32.000 alumnos, lo que supone, según el jefe del Consell, Ximo Puig, la mayor apuesta de la historia por esta formación fundamental para la ocupación del futuro. 

Para que así sea, el aumento de plazas de FP debería tener continuidad en los próximos cursos hasta aumentar un 50% la oferta actual. Las zonas del interior de la provincia, y más alejadas de los grandes núcleos urbanos, son las que más necesidad tienen de este tipo de estudios, puesto que los jóvenes de estas poblaciones no tienen capacidad de desplazarse hasta localidades vecinas.

 Más de la mitad de los empleos que generará la provincia en un futuro próximo será para graduados de Formación Profesional, según se avanzó en el foro «Oportunidades FP Dual. Relación empresa formación» que organizó Uepal en Alicante el mes pasado. ¿Nos conformamos?

Resulta por tanto desolador escuchar las quejas de la patronal de la obra pública, y en concreto de su presidente, Javier Gisbert, al advertir que muchos de los proyectos que ahora van a salir adelante gracias al dinero de Europa pueden quedarse sin ejecutar por falta de trabajadores y que los jóvenes huyen de las obras les pagues lo que les pagues. El aviso quedó negro sobre blanco en estas mismas páginas hace una semana. Echen, por ejemplo, una mirada hacia atrás y recuerden como se salió de la crisis de 1929 en Estados Unidos. Tan necesario es el trabajo del aparejador como la del electricista o el fontanero. Pongámonos las pilas porque como escuché alguna vez a Emilio Ontiveros, uno de los grandes pensadores económicos de este país fallecido esa semana: Un país que no cuida a sus jóvenes no tiene futuro.