Parafraseando a Descartes, la duda es el principio de la sabiduría. El sabio, ese ser reflexivo que siempre quiere saber más, cuestiona constantemente su conocimiento y cultiva su necesidad de profundizar. Acepta sus propias limitaciones y deja volar su curiosidad. Sin embargo, el ignorante es mediocre, es tan atrevido que presume de saber, cuando en realidad vive inmerso en una especie de ceguera, en un escenario cortoplacista pleno de mezquindad que le impulsa a obtener beneficios en detrimento de sus compañeros de viaje.

Pues bien, algo similar pasa en el mercado de naranjas y otros cítricos de la Comunidad Valenciana y España. Algunos operadores de gran relevancia en el comercio de cítricos incumplen con total impunidad la Ley de la Mejora del Funcionamiento de la Cadena Alimentaria, y todo sigue igual. No hay apertura de expedientes, no se notifican las acciones irregulares, ni hay sanciones. Mientras tanto, el agricultor se ve obligado a recoger los ruinosos precios bajos que le ofrecen por sus naranjas, que no llegan ni a la mitad del coste de producción.

Por vocación y corazón, el agricultor cada día trata de obtener un producto de mejor calidad, sin embargo, se topa en cada campaña con un precio que no se fija en origen, sino que se determina en destino. Todos los eslabones de la cadena aplican sus costes y márgenes de beneficio, todos menos uno. La producción no cuenta, debe contentarse con lo que le ofrezcan sin valorar los hechos particulares de cada finca o producto. Por si todo ello no fuera suficiente, algunos exportadores se empeñan en seguir con prácticas medievales como comprar naranjas en arrobas y no querer pagar el IVA de forma diferenciada en la factura. Comprar naranjas en arrobas, sí, una práctica arcaica en un mundo digital como el de hoy que sin duda clama al cielo.

El ánimo de lucro cortoplacista de algunos operadores es a todas luces desproporcionado, y el juego de apostar por la mediocridad de lo “barato” en vez de por la calidad y diferenciación de nuestro producto estrella, la naranja, constituye una política comercial nefasta que está causando un daño irreversible al campo valenciano y a quienes nos dedicamos a él.

España alberga más de la mitad de toda la producción de naranja en Europa, seguido por Italia y muy de lejos por Grecia. Que no queramos o no sepamos luchar para situarla donde se merece, en el pódium de la calidad, la frescura y la cercanía, parece el colmo de lo absurdez. En los últimos años, nuestro tan emblemático producto se ha convertido exclusivamente en un reclamo por su bajo precio en los supermercados, lo que ha contribuido a agravar la crisis de rentabilidad que atraviesan los agricultores en esta adversa campaña citrícola que hemos terminado.

Ejemplo de los alarmantes desajustes entre precios es que una arroba de naranjas -unos 12,78 kilogramos- se paga a menos de un euro. Es decir, lo mismo que un café. Increíble, pero cierto. El limón se esta pagando ahora al agricultor a 0.25 euros/kg y se está vendiendo en las tiendas a 2,5 euros/kg. Nada más ni nada menos que una diferencia del 1.000% entre origen y destino. A los agricultores cada día se nos pide mayor responsabilidad social, ambiental y más carga fiscal, pero no pasa nada ni ninguna administración alza la voz de alarma cuando un consumidor tiene que pagar el 1.000% más de lo que cobró quien cultivó ese producto.

Quizá piensen los operadores que nos acompañan en la cadena alimentaria que esta estrategia de confusión basada en el tótum revolutum de la mediocridad les hace ganar mucho dinero a corto plazo. Sin embargo, ya les anticipo que esta errónea conducta comercial tiene los días contados.

Hablemos claro; nos falta ocuparnos de lo importante. Debemos abordar una estrategia general de aquello que necesita el sector citrícola, que es situarlo donde debe estar, donde siempre ha debido estar. España tiene que seguir siendo un referente internacional en la producción de cítricos de calidad, y para ello es urgente ordenar la oferta e impulsar la promoción e investigación a fin de que, entre otras cosas, el consumidor nacional consiga localizar fácilmente las naranjas locales y las perciba como un producto de alta calidad de nuestra tierra.

A estas alturas de la película, el contrato homologado sigue siendo un asunto pendiente. Necesitamos un contrato tipo que sea válido desde Tortosa hasta Huelva; una actividad económica tan relevante en el panorama nacional como la citrícola debe estar correctamente regulada y normalizada. Además, nuevamente exigimos el cumplimiento de la Ley de la Cadena Alimentaria, que erradique la “venta a pérdidas” y dote al mercado de relaciones comerciales ecuánimes y transparentes.

Ante esta situación y aunque parezca una obviedad, no está de más recordar que la mejor naranja está en nuestra tierra. No permitamos que la ignorancia de no saber ni lo que comemos impere sobre la sabiduría de comer lo mejor, lo más cercano… lo de origen Comunidad Valenciana.