Salimos de viaje a las cuatro de la mañana, aunque no sé si en respuesta a algunas de las recomendaciones del plan de ahorro energético. Reconozco que me he perdido. De momento compruebo que el coche mantiene las luces encendidas. Allá él. Antes de abandonar la ciudad surge un imprevisto: nos encontramos inmersos en un control policial. Observo el semblante de los uniformados y llego a la conclusión de que van a comprobar si lo tenemos acondicionado por debajo de los 27 graditos. Además de un «killer», bueno es Sánchez. Dada nuestra edad provecta nos abren paso. Son ventajas de las que tampoco es que pueda alegrarse uno por completo. En fin, allá vamos.

A las tres horas de ruta siento cierto cansancio. ¡La humedad ha dado una nochecita..! También se rebelan las cervicales. Han tenido toda la sesión al ventilador apuntándolas. Y ahora lo que faltaba: el distintivo anunciador de que entramos en la Comunidad de Madrid. ¡Ale! En buena parte del continente han apagado luces para pasar menos frío en invierno dentro del objetivo de superar el 90% de la capacidad de las reservas de gas antes de alcanzar octubre. Pero el personal sabe que Europa no es Madrid recluido en sus adentros y de ahí que el director general de Economía de la misma que viste y calza acabe de marcarse el siguiente mensaje a través de las redes: «Hielo. España. El paraíso del cubata o del gintonic, del Cacaolat con Licor 43. En ningún otro sitio del mundo ponen las copas como aquí. Que falte hielo es igual que si no tuviera arena el Sáhara. Nuevo éxito del socialismo». Estoy tentado de poner el aire por debajo de los veinte grados durante la travesía del mentado territorio. Lo mismo desgrava.

Llegamos al destino donde el calor seco no reconduce sensaciones hacia un mejor descanso, envuelto en las discordancias de la caterva de próceres sobre cuáles son las políticas de eficiencia para hacer frente a las fatiguitas reinantes. Ignoro por qué la gente se va fuera si con recorrer un trecho esto tampoco es que entiendas «demasié».