Durante este largo verano he consultado con asiduidad las temperaturas máximas y mínimas de esas que son la flor y nata de las ciudades europeas institucionales: Estrasburgo, Bruselas, Maastricht. También capitales como París, Londres, Berna, Viena, Berlín, Oslo, Helsinki, Dublín, Kiev. Excepto Roma y Atenas, todos los termómetros marcaron registros deliciosos. Los de Alicante cualquier día de noviembre.

Es precisamente durante la Muestra de Teatro de Autores Españoles Contemporáneos (que este año se celebrará del 4 al 12 de noviembre) cuando durante los últimos diez años los alicantinos hemos pasado de la manga corta a la manga larga. Nunca antes, salvo algún día raro.

Las temperaturas que ha sufrido Alicante durante este verano, por lo general, no han sido noticia en los informativos nacionales. Más de media España nos ha superado en las máximas. Teniendo a la vecina Murcia por encima de los 40 grados tantos días, por qué se iba a mencionar a Alicante con sus 34.

El problema, y no pequeño, han sido las mínimas, que no se han alejado de las máximas, permaneciendo hasta casi medianoche cerca de los 30 grados desde finales de junio. Yo miro la página de Aemet de un modo muy clarificador. Cuando entro en el municipio, en este caso Alicante, y en la predicción por horas, borro la línea que marca la temperatura y me centro en la de la sensación térmica, que va en azul claro. Asusta. Alicante, a la que apenas citan en los boletines meteorológicos nacionales, no goza de temperaturas europeas, sino de urbes como Marrakesch, Bangladesh o Abu Dabi. Hay gustos para todo. Pero quienes no soportamos esta sauna continua tenemos un problema serio. Durante un tercio del año morimos. No nos vamos a acostumbrar a que este infierno pase a ser habitual.