Toca regreso dentro del clima sofocante que nos invade. La víspera tropiezo en el portátil con una previa de Champions ante la que, pese a importarme un pijo, me quedo pillado con los primeros planos de la lluvia incesante que cae sobre Glasgow. Menuda sensación de alivio.

Deseando alcanzar la costa para saborear un buen chapuzón aunque se torne menos refrescante de lo deseable escucho que la Sociedad Española de Alergología ha pedido a los bañistas que no infravaloren las picaduras de las medusas. Con lo que llevamos encima, qué vamos a infravalorar. Durante la pandemia nos mostramos incluso obedientes casi al cien por cien. La jindama produce efectos inauditos en una población doctarada en cuestionar lo que sea. Un par de meses atrás estaba prácticamente solo en el agua al amanecer, sentí un contacto, temí lo peor al percibir una silueta sospechosa, salí escopetado, aguanté la respiración, el cuerpo se me cortó hasta la sobremesa y eso que lo más probable es que el ejemplar virulento no fuera más que una bolsa. Dios no me ha llamado por el camino de Robinson Crusoe ni de Tarzán de los Monos.

De ahí que me metiese en MedusApp, una fórmula creada por especialistas de nuestros campus, que sitúa sobre avistamientos y demás. En este instante dice que se han detectado cerca de diez mil y sobre mil trescientas picaduras registradas. Hay notificado el hallazgo de unas cuantas de la especie Pelagia noctiluca urticante tela que, de cogerte por banda, te deja fino. En cambio, por otras zonas han aparecido las conocidas como huevo frito, apreciadas culinariamente por lo que no sé si bajarme la toalla o la sartén. Que a nadie se le ocurra preparársela allí porque es la medusa la convencida de que puede degustarnos cuando dispara las agujas a todo tren e inyecta veneno solo con tocar según los expertos carne apetitosa. ¡Ah, bueno! Entonces ya bajo más confiado.