Parece ser que esa rara por inusitada unanimidad de opinión que ha existido hasta ahora sobre la guerra ruso/ucraniana y a la que aludía en mi escrito de hace un mes, empieza a quebrarse ó hacer aguas, lo que congratula el ánimo de quienes desde el primer día de conflicto ya «tuvimos la mosca tras la oreja» con todo lo que se publicaba sobre el mismo. Ahora leemos artículos, en éste periódico por ejemplo, en los que se alude tanto a la escasa contención moral y de códigos de valores como excesivas marrullerías empleadas por occidente en su actuación en éste asunto, así como otros donde se insinúa que en el transcurso del conflicto se han producido crímenes de guerra por las dos partes, no sólo por una, abogando además porque occidente debe trabajar por conseguir la paz y debe empujar en ese sentido. Se deduce que la venta ó entrega de armas a Ucrania para que siga rompiéndose la crisma contra Rusia no es el mejor método para conseguir esa deseada paz.

El Sr. Zelenski tiene ahora 44 años, y habrá leído que 21 años antes de que él viniera a éste mundo, en 1957, la Unión Soviética de la que formaba parte su ahora Ucrania natal puso en órbita el primer satélite artificial y cuatro años después lanzó al espacio al primer cosmonauta que orbitó la tierra, adelantándose a Estados Unidos en los dos acontecimientos. Resulta fácil deducir que Rusia ya disponía hace más de medio siglo de una tecnología y un potencial bélico que la situaba a la cabeza del mundo junto a Estados Unidos. Se ignora por tanto qué cálculos hizo el presidente de Ucrania para aceptar una guerra con una potencia militar infinitamente superior a la de su país, máxime cuando tanto USA como la OTAN ya le anticiparon que no iban a intervenir y que se limitarían a facilitarle armas, hondas, como aquella con la que David derribó a Goliat de una pedrada. Eso sí, olvidaron informarle que milagros como ese no se dan todos los días.

Desde el inicio de éste enfrentamiento la propaganda occidental nos repitió hasta la saciedad que toda esta gresca se debía al capricho de un sátrapa, un autócrata que soñaba con recuperar el fenecido imperio zarista, un elemento peligroso que después de conquistar Ucrania seguiría hacia Polonia, Finlandia y todo lo que se le pusiera por delante. Cabe imaginar que si esto hubiera sido cierto sin duda que Estados Unidos y la OTAN habrían intervenido desde el primer minuto. Por tanto, y sin animo de pontificar sobre la cuestión, lo más probable es que Rusia intentara solamente poner orden en esa zona de litigio con Ucrania que es Crimea, que invadió en 2014 y que según ella, no ha dejado de sufrir ataques del regimiento Azov desde entonces, y al mismo tiempo apoderarse de otras zonas del Dombás que impida colocar allí armas estratégicas en caso de entrar Ucrania en la OTAN. Yo no digo que ésta invasión sea legítima, en absoluto, pero tampoco es la primera de la historia, es una más de las que lleva a cabo el poderoso contra el más débil. ¿Es legítima la situación actual de Gibraltar, lo fue quizá la guerra que se llevó cabo en las Malvinas, la intervención preventiva en Irak en busca de unas armas de destrucción masiva que no existían, la invasión de la isla de Granada, etc.?

Lo que sí parece cierto es que Europa se había convertido en una potencia económica con una moneda fuerte que empezó a hacerle sombra a la que hasta ese momento había sido la estrella mundial, el dólar americano, pero tenía los pies de barro toda vez que carece de materias primas y sobre todo de energía, clave y necesaria para su funcionamiento. Y posiblemente alguien pensó que había que frenar su marcha. Y posiblemente quien esto pensó lo haya conseguido. Primero fue el Brexit y ahora la puntilla, una guerra extraña en la que una disputa territorial sobre una zona no demasiada extensa puede acabar, por cabezonería de unos y otros en un conflicto muy serio. Y a los ministros de nuestro gobierno yo les pediría, como favor, que dejasen de hablar de una vez del «chantaje de Putin». Ya dije que el personaje no es de mi devoción pero intentar simplificar éste asunto hasta ese extremo me parece, además de absurdo, ridículo.