Ana Blanco ha salido del plató de los Telediarios, después de presentar más de 7.000 ediciones, bajo palio. Loada y laureada por columnistas que ni siquiera atienden a menudo las lides televisivas. Ellos sabrán. Yo llevo las mismas tres décadas que Ana permanece al frente de los informativos de la pública señalando su mala entonación, esa que la hizo terminar en alto tantas oraciones que acababan con un punto final.

No tengo nada personal contra Ana Blanco, todo lo contrario. Pero por eso mismo, por el carácter de icono que ha ejercido tanto tiempo y por su influencia en otras compañeras, consideré que había que señalar esas malas prácticas. A la par, no me cansé de alabar las virtudes de periodistas como Ana Roldán o Alejandra Herranz, habituales en las suplencias vacacionales, por no hablar de mi admiración hacia Susana Roza, una de las grandes que ha tenido TVE hasta que un buen día decidió dar un cambio a su trayectoria. ¿Alguien le escribió una despedida sentida salvo un servidor?

El caso de Ana Blanco recuerda el de tantos comentaristas deportivos que son reconocidos solamente porque llevan décadas ejerciendo, arrastrando tics de toda condición. Si en el teatro se dice que «tragedia más tiempo es comedia», en el mundo de la televisión permanecer mucho tiempo en pantalla significa recibir premios oficiales. Aunque en el fondo lo que se logre no sea más que moldear una caricatura de lo que un día se llegó a ser. Imaginen nombre de vivos y fallecidos. Sí. Esos mismos.

Volviendo a Ana Blanco, discretísima, ella no tiene la culpa de que la hayan encumbrado de esta manera. El día 14 conoceremos su nuevo destino. Para sustituirla sonó el nombre de Marta Carazo, otra grande de TVE. A estas alturas, a mí sólo me cabe asumir mi derrota.