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Joaquín Rábago

El motor económico de Europa, amenazado de desindustralización

El gasoducto Nord Stream en Mallnow (Alemania).

Poco antes de que acabara con la derrota de Alemania la Segunda Guerra Mundial, el entonces secretario del Tesoro de EEUU Henry Morgenthau ideó para aquel país el plan que lleva su nombre.

Se trataba de una propuesta destinada a privar a Alemania de parte de su territorio, desposeerla de su potencial industrial y evitar de ese modo que alcanzara poder militar suficiente para volver a atacar a sus vecinos.

El plan finalmente no prosperó. Se impuso la razón frente a los deseos de venganza. Alemania Occidental pudo así beneficiarse del llamado plan Marshall y pronto, con su unificación, Alemania se convertiría en el gran motor industrial de Europa.

El país tenía muchas cosas a su favor: en primer lugar, su posición central en Europa, reforzada tras el final de la Guerra Fría con la incorporación a la Unión Europea de los países del Este, que representaban un nuevo mercado para sus exportaciones a la vez que aportaban mano de obra barato.

Pero Alemania se benefició al mismo tiempo gracias sobre todo al gasoducto Nord Stream One del gas ruso barato que necesitaba su pujante industria.

Mientras otros países como EEUU o el Reino Unido externalizaban su producción industrial, llevándola a países de mano de obra barata, a la vez que crecía la importancia en ellos del capital financiero, Alemania seguía apostando por su industria exportadora.

Las grandes plantas industriales y sus proveedores, sobre todo en sectores como la energía, el agroquímico, la construcción de maquinaria y por supuesto el automóvil, daban no sólo abundante trabajo, sino que eran fuente de innovaciones y por supuesto también de ingresos para el Estado.

Pero ocurrió por desgracia lo que nadie esperaba: Rusia invadió a su vecina Ucrania, los países de la OTAN reaccionaron con fuertes sanciones económicas y comerciales contra el agresor, y la dependencia del gas ruso, que tanto le había beneficiado a Alemania se convirtió de pronto en una maldición.

La enorme subida de los precios de la energía que le había llegado hasta ahora abundante y barata sobre todo desde Rusia y que ahora Alemania ha de buscar en países más lejanos aumenta los costes de producción y pone en peligro su estructura industrial.

A todo ello se suma últimamente otro factor preocupante: la escasez de mano de obra especializada en sectores clave de la economía, hecho que preocupa cada vez más al país y motivo de que Berlín haya decidido facilitar la inmigración.

Por primera vez advierten algunos expertos del peligro de “desindustrialización” del país, y acusan al Gobierno de coalición de Olaf Scholz de intentar acelerar la transición a las energías alternativas y renunciar antes de tiempo a las tradicionales.

El problema no es sólo para la gran industria, argumentan, sino que también se verán afectados sectores como el agrícola si por culpa de la penuria o de la carestía del gas algunos fabricantes de fertilizantes o pesticidas nitrogenados se ven obligados a suspender la producción.

Según una reciente encuesta del la Cámara Alemana de Industria y Comercio, el 17 por ciento de las empresas de distintos sectores consultadas temen verse obligadas a recortar al menos su producción debido a los precios tan elevados de la energía.

Y el porcentaje es aún mayor -hasta un 32 por ciento- en industrias que son grandes consumidoras de energía como la química, la siderúrgica, la del aluminio, el zinc o el vidrio.

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