No es fácil vivir una vida que no es la tuya. Enfrentarte cada inicio de temporada radiofónica y televisiva a esa sensación. En desagravio, siempre cabe pensar que la biografía está condicionada por un lugar y una fecha. Nuestra responsabilidad alcanza a un par de decisiones, no más.

Cuando llegó a nuestro país la primera compañía telefónica con tarifa plana para las llamadas a fijos me inventé un magacín radiofónico que solo estaba en mi cabeza, pero que durante no menos de un año a mí me hizo feliz. A coste cero. Mis amigos alicantinos canarios, madrileños, catalanes o vascos no lo sospechaban. Pero sus conversaciones formaban parte de un pack premeditado. Los tiempos eran otros. Las conversaciones por el móvil todavía eran escasas, y casi todo el mundo tiraba de teléfono fijo que, al contrario que ahora, la gente atendía. Yo contaba con una amplia lista de ‘invitados’, y si alguien no contestaba, pasaba al siguiente, hasta completar las cuatro horas. No grababa los diálogos. Insisto, el ‘formato’ sólo estaba en mi imaginación. El disfrute conversacional era completamente real.

Esto me recuerda a un peculiar personaje que conocí en Santander en 1999, que fue más lejos. Un joven que se inventaba, semana tras semana, las entrevistas con las personalidades que pasaban por la Magdalena: Sampedro, Savater, Saramago, Marina… Él no necesitaba mantener ningún encuentro personal. En sus cuadernos escribía a mano preguntas y respuestas que podrían haber tenido lugar, pero brotaban de su cabeza.

Mis charlas telefónicas se las llevó el viento. Pero seguro que sus libretas acabaron en un cajón. Me pregunto cómo reaccionará cuando las descubra. ¿Las destruirá? Hay rastros de nuestra vocación que conviene sepultar. Aunque volvamos a sentir la piel de gallina cada inicio de temporada. El pellizco. Eso es que estamos vivos.