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Joaquín Rábago

La financiarización de la economía lleva al desastre

El precio de la sandía se ha puesto por las nubes es un ingrediente más para el descontrol de la inflación. Manuel R. Sala

“Financiarización” es una palabra fea, como tantas de la actual jerga económica, dominada por el inglés, pero cuyo significado es relativamente fácil de explicar.

Se trata de la última etapa en la evolución del capitalismo, basada en el endeudamiento – “apalancamiento” en esa misma jerga- y en la dominación de los mercados financieros sobre la producción industrial o agrícola.

Su objetivo es reducir cualquier producto del trabajo o servicio en un instrumento financiero intercambiable, incluidos los llamados “derivados”, que permiten, por ejemplo, asegurar un precio a futuro sobre la compra o venta de un activo a fin de evitar posibles riesgos.

Como explica el político democristiano y ex ministro de Administración Pública de Italia Paolo Cirino Pomicino (1), la financiarización impulsada desde comienzos de los años noventa “envenenó la economía de mercado”, favoreciendo el capital financiero frente al productivo y alimentando de modo escandaloso la desigualdad social.

La volatilidad observada en los precios de las materias primas durante las últimas décadas no tiene sólo que ver con la conocida ley de la oferta y la demanda, sino que está sobre todo vinculada a los flujos financieros que llegaban a ese sector de la economía, a la especulación pura y dura.

Las posiciones sobre “futuros” en el sector alimentario pasaron de 137.000 millones en 1998 a más de un billón y medio en 2012, y los contratos en materia de cereales lo hicieron de 118.000 a 412.000 millones en ese mismo periodo de tiempo.

En 2015, recuerda también Pomicino, el valor nominal de los derivados financieros negociados al margen de los mercados regulados - en especial futuros sobre materias primas- decuplicaban ya PIB mundial.

Hoy el volumen total de esos contratos es todavía superior al nivel de entonces y además muy difícil de monitorizar.

La crisis financiera de 2008, primero, luego la pandemia y finalmente la guerra de Ucrania han favorecido la distorsión de los mercados, han hecho dispararse en todas partes las facturas por gasto energético con efectos tremendos no sólo sobre las familias, sino también sobre el sistema industrial.

Y en lugar de actuar de modo radical sobre las causas, los gobiernos europeos han preferido hasta ahora limitar los efectos mediante ayudas públicas, que serán además siempre insuficientes.

Como denuncia el que fue ministro de Giulio Andreotti, la concentración del poder financiero durante los últimos veinte años y su estrecha vinculación con los poderes mediáticos tanto nacionales como internacionales convierten al primero en casi imbatible.

El problema, advierte Pomicino, es que la “rabia social” va creciendo en muchas partes y puede llegar a poner en peligro a la propia democracia liberal si no se recupera el primado de la política, única capaz de garantizar el equilibrio social y económico.

Lo estamos viendo ya en algunos países europeos con el crecimiento de los partidos de extrema derecha, que aprovechan el lógico descontento de la población con el actual estado de cosas y la falta de respuesta de una izquierda socialdemócrata hasta ahora demasiado complaciente con el capital financiero.

Las finanzas deben volver a ser un instrumento al servicio de la producción real y no una industria por derecho propio. Lo contrario lleva al desastre.

  1. En un artículo publicado en el diario italiano “Il Foglio”.

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