"El verano ha sido muy bueno, mejor incluso que el de 2019 gracias a los españoles y su fidelidad a nuestro producto, pero tampoco ha sido tan fácil como parecen demostrar las estadísticas. Lo de la reserva de última hora es tan cierto como que muchas semanas nos encontrábamos al cliente cuando ya entraba por la puerta del hotel sin haber contratado previamente, o nos llamaba directamente a la recepción anunciándonos la llegada en unas horas porque ya estaban de camino».

La reflexión esta misma semana del director de uno de los establecimientos de la Costa Blanca que trabajó en agosto con puntas por encima del 90%, pero al que ya le han comunicado sus superiores que su hotel cerrará por temporada el próximo noviembre, y no abrirá hasta la primavera de 2023, confirma lo que empieza a ser un clamor en el sector turístico, por mucho que el Consell se empeñe en vender las bondades, que las tiene, del Bonoviaje, y que los cinco millones de euros de subvención de Ximo Puig (las elecciones mandan) para paliar la sangría del Inmerso evite el cierre de 60 hoteles en la Comunidad este invierno. La pandemia y sobre todo la crisis provocada por la guerra en Ucrania y la inflación amenazan con que la Costa Blanca vuelva a ser un destino de temporada. Benidorm, siempre a la vanguardia, trata de frenar los cierres y se ha lanzado a un campaña para ganar mercado «silver» (clientes mayores con alto pode adquisitivo). Ojalá tenga éxito pero la señales no son buenas en el conjunto de la propia Comunidad Valenciana.

Todos somos un poco más pobres desde 2020. La alegría de este verano se ha frenado en seco de cara al otoño/invierno (solo hace falta pasarse por cualquier central de reservas y comprobar los datos de noviembre). Los españoles vuelven a apostar por el ahorro y todavía falta por recuperar un 20% de los ingleses que se quedaron en casa tras el cierre de Europa por el covid. Y para colmo, el Brexit, que en principio no iba a afectar para nada al turismo británico, y la inflación le han dado la puntilla.

El verano ha sido prácticamente como el de 2019 en cuanto a volumen de negocio, pero con los costes disparados. Es cierto que ha habido problemas para encontrar mano de obra en la hostería, sobre todo cualificada. Pero dentro de un par de meses, con la temporada baja, las tornas cambiarán de nuevo, decenas de hoteles cerrarán y muchos trabajadores se irán al paro. 

Es lo que tiene la estacionalización de la temporada turística. Algo que se había erradicado en la Costa Blanca, sobre todo en Benidorm, pero que regresa en el otoño de la «nueva normalidad» para torpedear al sector. Y es más importante de lo que parece, porque hoteles y apartamentos turísticos no solo son importantes por el empleo directo que generan de puertas para dentro. Lo son también por lo que todo el engranaje que mueven a su alrededor. Desde el proveedor de servicios y suministros al humilde negocio de venta de todo un poco que se mueve alrededor del ocio: de la sombrilla a la novela. Y detrás de todas esas empresas grandes y pequeñas hay muchas personas y sus puestos de trabajo.

El descontrol de la energía y de las materias primas ha disparado los precios y provoca una importante pérdida del poder adquisitivo de los británicos que, en consecuencia, reducen su presupuesto. El 70% de los británicos ha recortado el dinero que gastaban comiendo en restaurantes. La principal preocupación del británico (capital para nosotros porque en temporada baja representa el 45% del turismo) en este momento es la económica. Llegar a final de mes. Las familias son de media unos 2.400 euros más pobres este año por la subida de los precios, la mayor caída de calidad de vida desde mediados del siglo XX. Y como bien sabemos, la mayoría de nuestros destinos, están dirigidos a un público de clase media trabajadora.

No obstante, el hecho de que destinos como Benidorm continúen entre los lugares del mundo con mejor relación calidad/precio y que su modelo siga siendo muy competitivo ha contribuido hasta ahora a que el sector se recupere, pero nadie sabe qué puede pasar y los empresarios optan por jugar a la defensiva. Actuar más con la cabeza que con el corazón después de dos años en que los ahorros se han esfumado.

Siempre es bueno recordar que el 75% de los turistas extranjeros de la temporada baja llegan desde los barrios industriales de, entre otras ciudades, Liverpool, Manchester o Glasgow con sueldos medios/bajos y, todavía, en viajes organizados por mayoristas. Y ahí ha estado el error en los últimos años. Haber sucumbido a la imposición de precios por parte de unas mercantiles que ayudaron a crear el modelo, pero que llevan medio siglo cobrándose sus facturas. Aceptas mis precios o me llevo los aviones a otros aeropuertos. Y así ha funcionado el sector durante años, condicionado por unas tarifas que marcaron el «ADN» de muchos hoteles de playa, diseñados para atender a grandes contingentes de visitantes que no exigen mucho, pero que tampoco están dispuestos a pagar más que lo justo por la pensión completa.

El Consejo General de los Colegios de Economistas de España alertó, justo antes de que la pandemia se lo llevara todo por delante, del riesgo de basar casi exclusivamente en el sol y la playa. Dos elementos que siguen siendo clave, pero advirtieron de que debían complementarse con fórmulas que acaben con los hoteles «low cost», la competitividad vía precios, la mano de obra barata, temporal y poco cualificada y la excesiva dependencia de los turoperadores. También es fácil impartir teoría sin estar luego en el terreno donde, por ejemplo, la falta de mano de obra es un hecho. Este verano se han quedado mesas y camas vacías por falta de personal, no de clientes.

¿Alternativas? Compras, ocio, cultura o gastronomía -Alicante Gastronómica es un buen ejemplo- son los pilares en los que debe complementarse, más aún, el modelo de sol y playa, pero, sobre todo, que el turista convierta sus vacaciones en una experiencia diferente a la que puede hallar en cualquier otro lugar del mundo con un trocito de mar. Pero lo que también necesita con urgencia ahora mismo el sector es un plan potente con ayudas económicas directas de Madrid, como han hecho, por ejemplo, en Francia, Inglaterra o Alemania. 

Posdata: no seré yo quien rechace ni si cuestione la decisión de Ximo Puig de ayudar a los hoteles a mantener el Imserso tirando de la hucha pública y aportando 5 millones de euros para paliar lo que el Gobierno de Pedro Sánchez no ha querido afrontar, la miseria de los precios del Imserso. Pero esa no es la vía. Al margen del agravio que supone para los hoteles que no participan en el programa y que también lo pasan mal en invierno, la pandemia no puede dejarnos como herencia la subvención permanente, sobre todo cuando el dinero no llega a todos los sectores. 

Y la última: el Gobierno alemán ha enviado una carta a todos sus administrados advirtiendo que este invierno la factura de la luz subirá un 75% y que se tomen medidas. Y si en Berlín se constipan…