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Carles Cortés

Yo no he leído a Javier Marías

Javier Marías Ilustración de Pablo García

El pasado 11 de septiembre falleció el escritor madrileño Javier Marías. Novelista y miembro de número de la Real Academia Española de la Lengua tuvo una trayectoria prolífica no exenta de polémicas. Así, seguí con interés sus batallas con Elías y Gracia Querejeta por la adaptación cinematográfica de su novela “Todas las almas”; tras un largo proceso judicial consiguió que ratificaran los veredictos a su favor: consiguió que se suprimiera la mención a su nombre y a su novela en los créditos de la película. Del mismo modo, acusó de plagio a otro escritor, Juan Manuel de Prada, por utilizar párrafos de un artículo suyo.

Ese fue mi contacto y conocimiento del escritor. Es habitual en el momento de fallecimiento de un autor reconocido que encontremos en la prensa un sinfín de artículos que elogian su trayectoria y su obra, del mismo modo que, con el desarrollo de las redes sociales, observemos fotografías de incondicionales que muestran sin pudor aquello de “yo también estuve con él”. Siempre me ha sorprendido ese afán del ser humano por mostrar al resto esta especie de trofeo una vez el acompañante en la fotografía ha fallecido. Lo siento, no va con mi carácter. Nunca buscaré entre mis archivos una imagen que pueda recordar “yo también lo/la conocí”, prefiero conservarlo para mi intimidad y recuerdo personal.

Por este motivo, frente a la desaparición de un escritor de la talla de Marías, es fácil localizar declaraciones que alaben hasta la extenuación su obra y su aportación a una cultura en concreto. No podemos encontrar, por el contrario, comentarios despectivos de su obra ni afirmaciones como la que he hecho en mi titular. Sí, lo afirmo con seguridad y sin titubeos: no he leído ninguna de sus obras. Tal vez haya tenido entre las manos alguno de sus artículos en la prensa, pero no lo recuerdo. ¿Es el momento de ponerme a descubrir su obra como la de tantos otros autores que tampoco he podido incorporar entre mis lecturas? No lo confirmo ni lo niego. Iré siguiendo mis pautas de lector obediente a sus propios criterios de selección.

Defiendo pues la libertad de cada lector, como es mi caso, por tener tantos huecos que llenar en su aficción. No tengo pudor en realizar mi afirmación, del mismo modo que no necesito confirmar que hace más de cuarenta años inicié mis vicios literarios con Isaac Asimov, para seguir con Miguel Delibes, Gabriel García Márquez, Pere Calders, Manuel de Pedrolo, Mercè Rodoreda, Víctor Català, Virginia Woolf, Katherine Mansfield, Thomas Mann, Llorenç Villalonga, Carme Riera, Isabel-Clara Simó, M. Antònia Oliver, Doris Lessing, Miklós Bánffy y tantos otros que han ido completando mi visión del mundo. Porque es derecho del lector no sentirse ninguneado por no conocer “uno de los grandes”, ni sentirse forzado a sólo leer a los escritores de su lengua materna.

Siempre he defendido el interés de todo lector –y sobre todo de los docentes e investigadores en literatura– a conocer su propia tradición, pero también a descubrir su entorno. Esa es la magia de las traducciones, poder leer en lengua propia obras de culturas cercanas. Recuerdo un consejo que la investigadora de Mercè Rodoreda Montserrat Casals me ofreció en una cena-tertulia que tuve en su casa de París el año 1991 mientras me daba algunas orientaciones en la redacción de mi tesis doctoral: “lee, Carles, lee de todo. Rompe las fronteras de quien las quiere levantar”. Con veintitres años, esta idea impregnó mi cabeza y fraguó la pequeña rebelión que acabo de formular. Reconozco la figura literaria del escritor que nos ha dejado, no puedo valorarla sin haberla conocido a través de su obra, pero no me comprometo a leerla ni a darle ninguna preferencia. El tiempo de nuestra vida es limitado y todavía me esperan en mi mesa algunas obras de Robert Musil que me hagan recordar que soy un hombre con atributos, imperfecto y con defectos, pero un lector con ansias de releer también las obras que hace tiempo desaparecieron de mi memoria. ¡Palabra de lector!.

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