Mientras el debate político avanza por caminos interesados, hay otras transformaciones ignoradas, omitidas y sacadas de foco por quienes deberían hacer pedagogía social. No es, ni mucho menos, la rebaja de impuestos a los ricos en la que se ha enzarzado la derecha, la permanente competición entre ciudades a la que nos han acostumbrado, o el paso por una u otra estación de unos trenes de alta velocidad, cada vez más caros y alejados del bolsillo de muchas familias, lo que nos va a hacer mejores personas y fortalecer nuestra sociedad.

Por el contrario, muchos de esos responsables políticos empeñados en incendiar con sus decisiones y declaraciones la convivencia, en ciudades, autonomías y el parlamento, dejan de lado la necesidad de contribuir a que seamos mejores personas, buenos ciudadanos y vecinos comprometidos, a base de dañar aspectos fundamentales como la cordialidad, el civismo, la solidaridad, el apoyo mutuo, el cuidado por los demás y la conservación de nuestro entorno. Pero no es casual, porque su proyecto político, disfrazado de ese concepto vago y manoseado de “liberalismo” encubre, en realidad, el avance de un individualismo atroz respaldado por el dinero que facilita el acceso a bienes y servicios para quienes puedan tener el necesario patrimonio, dando la espalda y dejando en la cuneta a quienes no dispongan de esos recursos imprescindibles o atraviesen una etapa de infortunio.

Cuando el diálogo se sustituye por el enfrentamiento, cuando la pedagogía ciudadana es eliminada por el insulto, cuando la participación se cambia por imposición o la transparencia por opacidad se rompen las bases de una convivencia pública satisfactoria y se daña también nuestro entorno. Es algo que parece no importar al Ayuntamiento de Alicante y a su alcalde, Luis Barcala, quien ha hecho de su mandato un lugar de permanentes polémicas y enfrentamientos, de continuadas descalificaciones y acusaciones, de sistemática imposición y autoritarismo, de falta de participación y desprecio hacia los barrios más pobres y las personas más desfavorecidas, de una profunda opacidad.

Y la pregunta que surge, cuando nos encaminamos hacia unas próximas elecciones locales en las que se renovarán promesas y propuestas, es si podemos mejorar Alicante sin mejorar la convivencia, la sociabilidad, los lazos emocionales y la ética ciudadana en los vecinos. Mi respuesta clara y contundente es que no.

El deterioro de la ciudad, la destrucción de su patrimonio histórico y cultural, el abandono de los espacios públicos, su permanente suciedad y hasta la progresiva ruptura de la cohesión social y de la solidaridad tienen, también, mucho que ver con el desapego de los alicantinos por su ciudad y con una política sistemática de ruptura de una pedagogía social y política que mejore el compromiso ciudadano. Alicante necesita reforzar los sentimientos ciudadanos y la pedagogía cívica para aumentar el respeto, el aprecio, el cuidado, la identidad y la preocupación hacia la ciudad.

Hacer ciudad no es montar un racó sin importar si la calle está limpia, cuidada o tiene buenos equipamientos. Hacer ciudad no es pasear por ella sin que nos indigne el lamentable estado que presenta y su estado de suciedad y descuido, sin trabajar para que esta situación cambie, difundiendo falsas encuestas que tratan de manipular la realidad. Hacer ciudad pasa por impedir que Alicante siga siendo un espacio acotado para los negocios especulativos sin miramiento alguno. Hacer y querer nuestra ciudad no permitiría inundarla de establecimientos de hostelería a base de eliminar comercios de toda la vida que facilitan la vida de las personas. Hacer ciudad y apostar por su futuro es incompatible con propiciar políticas municipales que expulsan a los vecinos y llenan calles de apartamentos turísticos que convirten barrios enteros en parques temáticos para un turismo de aluvión. Hacer ciudad pasa por cuidarla y mimarla de manera continuada, por tenerla limpia y aseada, por renovar su mobiliario urbano, por impedir que se eliminen árboles y zonas verdes. Hacer ciudad exige, también, evitar que aumente la pobreza, la marginalidad, el abandono y la exclusión en muchas zonas y barrios.

Si todo esto es así, tenemos que aceptar que las políticas municipales dirigidas por el Partido Popular y respaldadas por Ciudadanos con su silencio desde nuestro Ayuntamiento no están contribuyendo a hacer ciudad, sino a romper muchos de sus cimientos. Porque hacer ciudad no es presumir de la reparación del alcorque de una palmera en la Explanada, como hizo el Ayuntamiento a bombo y platillo, ni fotografiarse en la nueva pasarela sobre la Albufereta que sustituía a la que llevaba cuatro años rota y sin reponerse o publicitar obras de mantenimiento y reparación de parques, calles y jardines que llevan lustros olvidados. De la misma forma que hacer ciudad es incompatible con el vandalismo, el deterioro o el olvido sobre equipamientos públicos que han costado mucho dinero, de los que hay un buen número por todo Alicante, o con promover proyectos que dificultan la vida de las personas y llenan las calles de vehículos, o con decir que se apuesta por una Alicante Futura para impulsar la ciudad hacia la economía digital mientras se mantienen cada vez más barrios con niveles de abandono y pobreza vergonzosos.

De manera que, si de verdad queremos mejorar nuestra ciudad, los vecinos tenemos que comprometernos con su futuro asumiendo, de una vez por todas, nuestra responsabilidad.