La sensibilidad está relacionada con la esencia y la naturaleza del hombre. Es algo que puede educarse, modelarse desde los primeros años de vida. Las diferentes realidades sociales a lo largo del tiempo, son las que marcan los comportamientos grupales y las formas de entender la sensibilidad.

Como en otros muchos comportamientos humanos, juega un papel preponderante la cercanía o lejanía de los acontecimientos y situaciones. Con la distancia y el anonimato es fácilmente asumible para la mayoría reconducir las emociones y dejar de sufrir en un instante. Los refugiados, sin nombre ni apellidos que huyen de un país lejano, no son comparables con aquellos que conocemos y que viven junto a nosotros.

Son más de ochenta y dos millones de personas las que se encuentran fuera de sus hogares por fuerza mayor, dado que tienen que salir huyendo de litigios que no son suyos o que, simplemente, los han forzado a hacerlos suyos, sintiéndose obligados a abandonarlo todo y pedir cobijo en algún lugar alejado de su entorno. Para la mayoría son números en un tablero que es ajeno a los que viven plácidamente en la seguridad de sus casas y territorios, protegidos por unas leyes que impiden la desprotección.

Las tristemente famosas vallas territoriales de Europa, donde miles de personas intentan pasar a una vida mejor, bien porque no tienen para sustentarse o bien porque se quieren alejar de disturbios y reyertas en sus lugares de origen, no cuentan con la sensibilidad de las mayorías europeas que continúan protegiendo los territorios con el afán de conservar su identidad. Por el contrario, los que quieren entrar, se ven abocados a la desesperación de morir en el intento si es necesario, como de hecho ocurre constantemente.

Bastante más cercanos son para muchos españoles los desahucios. La sensibilidad es significativamente mayor, hasta el punto que es capaz de enmarañar el mapa político y hacer pensar en la desobediencia civil. Pero, finalmente, tampoco se llega a un punto de unidad monolítica ante estas cuestiones. Es más sensible para los vecinos y amigos de los damnificados, pero no tanto para los que tienen que abordar estos problemas desde el ejercicio del poder.

Banqueros, políticos, juristas y demás implicados, sortean con destreza los inconvenientes que plantea esta situación y se hacen insensibles a los acontecimientos. Las grandilocuentes palabras como solidaridad, empatía, respaldo, se quedan vacías a la primera de cambio y mueren tan rápido como nacen.