Estaba claro que el peor enemigo que iba a encontrar Ximo Puig en su propuesta de recorte fiscal no estaba, como siempre dijo Churchill, en las filas de sus adversarios políticos, sino en las de su propio partido. Era de prever que tanto el Gobierno como como el PSOE nacional no reconocieran a esta Comunidad, la peor financiada del Estado con diferencia, ni siquiera el derecho a establecer un criterio fiscal propio ni a tener una mínima oportunidad de establecer políticas independientes como sí lo hacen otras comunidades autónomas que pueden desplegar lo que les venga en gana en estos y otros temas porque eligieron a un presidente o presidenta que no era socialista. Mal mensaje del Gobierno Sánchez. Malísimo en clave autonómica para sus intereses. Con esos gobiernos autonómicos del PP, el ejecutivo de Sánchez se modera evitando el ruido. El César solo quiere confrontar con Feijóo, que es lo que le importa. Los barones socialistas, calladitos y cada uno a lo suyo. Salvo que sea algún botarate como García Page, entonces el Gobierno de Sánchez ve bien y respalda que presidentes autonómicos de su partido se dediquen a liarla parda y a enfrentar comunidades hermanas. Si se trata de impuestos, no. Si se trata de agua, sí. Ribera se come unas migas con el botarate en Toledo y todos tan felices.

Ayer, fue un espectáculo deplorable la sobreactuación de las ministras Calviño y Montero en sus críticas a la propuesta de bajada de impuestos de Puig. La seca dureza argumental de ambas, más propia de respuestas a un adversario político que a un correligionario, contrastó con la blandura cobardica con la que ellas mismas y su Gobierno trataron a Juanma Moreno, el presidente andaluz, cuando siguió los pasos de Isabel Díaz Ayuso y eliminó el impuesto de Patrimonio. De lo de la lideresa madrileña ni hablamos: que un personaje como Ayuso provoque ese pavor al Gobierno dice mucho de su solidez. De momento y pese a haberse quedado prácticamente solo, Ximo sigue adelante. Supongo que esta reacción de los suyos estaba más que descontada. La contundencia de la respuesta aleja la sospecha de que estemos ante un globo sonda monclovita para preparar el camino a medidas similares del Gobierno central. 

Al menos le quedará el consuelo a Puig de que el descoloque sigue en las filas del PPCV. Es evidente que a Carlos Mazón y a su partido les ha pillado el asunto con el paso cambiado, como demostró Catalá en las Cortes. Ayer se las vieron y se las desearon para encontrar un discurso coherente para oponerse a una rebaja fiscal que gobiernos autonómicos de su propio partido, como los de Andalucía y Madrid, apoyaron sin reservas. El responsable del argumentario popular debió sudar tinta y solo se le ocurrió la boutade de sacar a pasear la tasa turística como presunta contradicción de Puig y su rebaja fiscal. Hay que ser más creativo.

Y una cosa más:

Las listas de espera también llegan a la sanidad privada en Alicante. La dura situación en la que se vio envuelta la sanidad pública durante la pandemia ha incrementado el negocio de los seguros privados en más de un 10%. Pero la calidad de su servicio no ha ido pareja. Es una ironía que las esperas para determinadas intervenciones y servicios no muestren tanta diferencia entre ambas sanidades. Si a ello se suma que la pública empieza a derivar servicios a los centros privados, tenemos una pequeña tormenta perfecta que sólo afecta a los usuarios, que no consiguen atención ni en un lado ni en otro. La pública cada vez peor y la privada también. Pero ganando más, lógicamente.

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