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Tomás Mayoral

¿Podríamos vivir una semana sin teléfono móvil?

¿Podríamos vivir una semana sin teléfono móvil?ANTONIO AMOROS

Droga tecnológica. Un móvil puede ser peor que el tabaco o estupefacientes aún más fuertes, al menos por el nivel de adicción que es capaz de generar. Sabemos esto perfectamente, pero en el fondo nos negamos a admitirlo. Hemos podido leer que los centros sanitarios que se dedican a las adicciones han incorporado ya servicios para los adictos a estos dispositivos o a videojuegos. Pero negamos la evidencia pensando que son excepciones y que, por supuesto, “a mí eso nunca me va a pasar”. Nos enfrentamos a una pequeña maravilla de la tecnología que ha revolucionado nuestra forma de comunicarnos y nos ha hecho la vida más fácil y entretenida. Pero el uso del móvil, especialmente en los grupos de edad más jóvenes, también ha tergiversado su organización social hasta niveles insospechados, normalizado la violencia y alterado su percepción de la realidad y su mentalidad, además de alterar sus costumbres y claramente dañar la propia salud de generaciones. ¿Qué nos pasaría si tuviéramos que vivir una semana sin móvil? Es una pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez. Los adultos nos negamos a responderla porque encontramos satisfactorias justificaciones a nuestra adicción en inevitables obligaciones laborales o sociales. Los jóvenes no necesitan excusas: el móvil está integrado hasta tal forma en sus hábitos que les resulta imposible concebir la vida sin tener uno. Un profesor de la Universidad de Málaga tuvo la excelente idea de convertir este interrogante en una investigación internacional en la que han participado otros centros universitarios, entre ellos la UMH, y jóvenes de entre 15 y 24 años. Cuarenta de ellos, de un instituto de Elche. El experimento con los voluntarios se iniciaba con dos semanas en las que se controlaba el uso que hacían del dispositivo. Primer resultado aterrador: cinco horas de media con más de cuatro horas dedicadas a redes sociales. Luego vino lo malo: una semana sin móvil. Así, a priori, no parece mucho. Pero en una adicción seria puede parecer una eternidad. La sensación de pérdida, la necesidad de tener el móvil cerca, la ansiedad, los cambios de humor o incluso los temblores que experimentaron algunos de los jóvenes, según lo cuentan ellos mismos, fueron dando paso, a medida que remitía la compulsión, a una sensación de liberación y a poder disfrutar de experiencias tan infrecuentes como leer un libro o ver una serie con sus padres. ¿Aún queda esperanza?

Y una cosa más:

El enfado de Pedro Sánchez y su Gobierno con Ximo Puig tenía un motivo: ellos también tenían preparado su anuncio de reducción de impuestos y el president les reventó la puesta en escena al adelantarse. El paquete de medidas que presentó la ministra Montero tiene como gran bandera el impuesto a las grandes fortunas y el incremento del beneficio fiscal a las rentas de hasta 21.000 euros, tres mil más del límite anterior. Esto incluye a la mitad de los contribuyentes. Puig se sintió ayer reivindicado en la jornada final del debate de política general, y lanzó el mensaje a través del portavoz de economía del PSPV, José Muñoz, de que su bajada iba en la línea de la del Gobierno, cosa no del todo exacta porque Sánchez no quería ni oír hablar de deflactaciones en el IRPF. Al final, nadie se fio de la reforma fiscal de Puig. Sus socios, Compromís y Podemos, insisten en que sin ellos no va a ninguna parte. PP y Cs no se la creyeron, directamente.   

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