La frase que he colocado en el título es de Antonio Machado. Y la he elegido para encabezar estas líneas porque la considero cierta. Acaso más cierta hoy que nunca. Estoy viendo comportamientos inquietantes, poco racionales, que dañan al prójimo. Comportamientos que nacen de cabezas más interesadas en embestir que en pensar. Cabezas que en ocasiones ocupan puestos de responsabilidad política (y religiosa) y que, en la mayoría de los casos, están sobre los hombros de quienes somos súbditos y clientes.

La guerra que Rusia ha provocado al invadir un país contraviniendo las normas más elementales de convivencia, está causando muertes innumerables en uno y otro bando, crímenes horrendos de los invasores, destrucción de todo tipo de bienes, desastres económicos en Europa y daños psíquicos incalculables en el mundo.

El presidente Putin, en la mesa de su despacho, sentado confortablemente y protegido por miles de agentes, ha firmado un decreto para movilizar a 300.000 reservistas que tendrán que ir a luchar al frente de batalla. Él sobrevivirá al conflicto bélico que ha provocado de una manera despótica y que está generando ríos de sangre y de lágrimas.

Miles de posibles combatientes están huyendo del país. Les amenazan con no dejarles regresar. Y el gobierno ruso se plantea cerrar las fronteras a estos hipotéticos desertores. He visto las terribles imágenes de un joven que se rocía con gasolina y se prende fuego para protestar contra lo que considera un abuso de poder, una escalada irracional del terror. ¿Por qué no se levanta en masa la población para detener esta barbarie?

Y ahora, esta causa cruel, insensata e injusta ha sido bendecida por el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa rusa. Ha dicho el jefe supremo de la iglesia y amigo del presidente Putin en un sermón pronunciado el domingo pasado, que los soldados que luchen en la guerra (y que mueran en ella) serán absueltos de todos sus pecados.

¡Milagro! Ahora resulta que matar (y morir) es un modo de redimirse, de hacer méritos para ir al cielo. Creí que había un mandamiento que obligaba a no matar. Se perdonan todos los pecados cometiendo uno más horrible que cualquier otro: acabar con la vida de seres humanos, algunos de ellos niños y niñas de corta edad.

El representante de la Iglesia Ortodoxa rusa ha comparado a los movilizados con Jesucristo, al sacrificarse con su muerte en la guerra. Son, más bien, unas pobres víctimas de los delirios imperialistas de un dictador.

Le quiero hacer algunas preguntas al reverendo Kirill: ¿Quién le ha dicho que eso es así? ¿Cómo lo sabe? ¿Cómo se puede demostrar eso que dice?¿Vale también el beneficio para los que luchan en el frente del lado de Ucrania? ¿Hay que morir en combate o basta luchar? ¿Vale el beneficio para todos los combatientes de cualquier guerra, en cualquier país del mundo? Recibirán alguna consolación espiritual las esposas y los hijos de los combatientes muertos? Se le perdonarán los pecados al joven que se ha convertido en una antorcha humana para protestar contra la obligación de luchar en el frente?

El Patriarca aparece en las imágenes ataviado con sus lujosos ornamentos y con el adorno de sus atributos eclesiales. Rezará, como dice, para que no mueran más personas en la guerra. Más le valdría disuadir a su amigo Putin de sus ambiciones imperialistas. Más le valdría decir que todas esas muertes que está provocando constituyen un horrendo genocidio. Pero no. Es más fácil prometer estos espirituales e indemostrables beneficios a quienes mueran en la guerra. Permanecerá en sus dependencias, vivirá de forma confortable, desempeñará sus funciones pastorales pero no arriesgará su vida. Acabará la guerra de Ucrania y seguirá pronunciando sus sermones. Pero los que mueran en la guerra que ha alentado habrán perdido la vida y sus familias quedarán marcadas para siempre.

Una perfecta alianza. Tal para cual. Putin y Kirill, Kirill y Putin. El poder y la religión. La religión y el poder. El poder decide abrir un guerra cruel e injusta y la religión bendice la causa y alienta a quienes vayan al frente. Tal para cual, como he dicho más arriba.

Imagino que quienes huyen de la convocatoria se llevarán sus pecados consigo y, a juicio del Patriarca, cometerán un nuevo pecado. La pequeña ventaja será que salvarán la vida. Y se librarán de causar desgracias.

Se han llevado a cabo cuatro referendos ilegales en cuatro territorios para que los ciudadanos y ciudadanas de Ucrania expresen su voluntad sobre la incorporación a la patria rusa. Referendos en los que los consultados iban a las urnas a punta de rifle. Referendos en los que se abrieron las urnas a los compases del himno ruso. ¿Quién puede dar valor a esos referendos? El parlamento ruso proclamará la anexión, contra el criterio del resto del mundo.

Pero no me voy a centrar solo en los líderes político y religioso que aúnan sus intereses mientras el pueblo muere. Voy a poner el foco en los súbditos. Ya sé que la información que les llega a los ciudadanos está manipulada desde el poder. Desde el comienzo no se habla de una guerra sino de unas maniobras militares. ¿Maniobras militares que siembran de muertos el país invadido?

También me inquieta lo sucedido en las elecciones italianas del pasado domingo. Me sorprende cómo pueden votar tantos millones de ciudadanos y ciudadanas a ese trío de políticos fascistas (Giorgia Meloni, Silvio Berlusconi y Matteo Salvini). Personas en sintonía con el señor Putin, que admiran a Musolini, que condenan la ideología de género, que niegan la violencia machista, que quieren elevar las fronteras del país para que no lleguen inmigrantes, que odian al colectivo LGTB, que quieren disolver Europa…

Me cuesta aceptar esos resultados. Me sorprende el éxito de la señora Meloni que, cuando estuvo en España, ayudando a la candidatura de Macarena Olona, se despachó con una arenga que puso al auditorio en pie. Dijo gritando (así parece que tiene más razón) que sí a algunas cosas y no a otras. Sí a la familia natural, no a los lobbies LGBT; sí a la identidad sexual, no a la ideología de género; sí a la cultura de la vida, no al abismo de la muerte; sí a las fronteras seguras, no a la inmigración masiva”…

Por otra parte, son una constante en los discursos de Meloni las referencias a Italia, y a la patria. Sin ir más lejos, su lema ha sido siempre, desde la fundación de Fratelli d’Italia, “Dios, patria y familia”, tres columnas ideológicas a las que apelaba el fascismo de los años 30, después de que lo acuñase en 1931 el por entonces secretario general del Partido Nacional Fascista, Giovanni Giuriati.

Me preocupa esta deriva que está viviendo el mundo, con líderes como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Viktor Orbán, Giorgia Meloni ganando elecciones después de hacer campañas que sobrecogen a cualquier persona con un mínimo sentido de la democracia.

El populismo de Meloni hace que ofrezca respuestas simples a problemas complejos. Pero a mí lo que de verdad me sorprende es que tantas personas hagan suyo un discurso machista, xenófobo, homófobo, patriotero, antiabortista, excluyente y clasista.

El problema fundamental no es que Putin gobierne la vida y el Patriarca Killl las conciencias. El problema es por qué tantos millones de personas se muestran cómodos con los planteamientos de esos gobernantes. El problema más grave no son los tres líderes que van a gobernar Italia. El problema es que hayan ganado las elecciones gracias al voto de tantos millones de electores y electoras.

El segundo problema es preguntarse a qué escuela fueron y qué aprendieron en ella todos estos millones de ciudadanos y ciudadanas que apoyan discursos llenos de odio, de exclusión al diferente, de pensamientos fascistas.

¿Han aprendido a pensar? No digo qué pensar, sino a pensar. ¿Han pasado, como dice Paulo Freire, de una mentalidad ingenua a una mentalidad crítica? ¿Saben analizar las causas y los efectos? ¿Saben explicar lo que sucede con sus propios análisis? Evidentemente, no. Y, por otra parte, ¿han aprendido a convivir, a relacionarse, a respetar la dignidad de todos los seres humanos? Evidentemente, no.

Dice Fhillipe Perrenoud, en un breve y sustancioso artículo titulado “La escuela no sirve para nada”, que un gobernante puede despreciar a su pueblo y ser aclamado en las siguientes elecciones.

Se dice que hay que respetar las ideas de todos. No. A quien hay que respetar es a las personas, pero no son respetables las ideas fascistas. Respeto a los líderes italianos que gobernarán el país y también a sus votantes, pero no puedo respetar un discurso que considero inspirado en el odio.