El pintor Francisco de Goya y Lucientes, natural de Fuendetodos, Zaragoza (aunque en realidad debió nacer en Cataluña, como Colón, Santa Teresa de Jesús, Américo Vespucio, Leonardo da Vinci, Erasmo de Róterdam, Cervantes, Shakespeare, Hernán Cortés o Bartolomé de las Casas, según pontifica el Instituto Nova Historia compuesto por prestigiosos historiadores como Jorge Bilbeny o Alberto Codinas, sus fundadores, amablemente mimado -el Instituto- por TV3, que gastó 184.000 euros en documentales inspirados en las trastornadas tesis de Nova Historia, y que dos empresas vinculadas al Instituto recibieron 3 millones en ayudas de la Generalidad, según publicaban The Guardian y el Periódico.com), Goya, digo, es autor del aguafuerte titulado “El sueño de la razón produce monstruos” (no los de Nova Historia) que se exhibe en el Museo del Prado de Madrid con sede en Barcelona. Cuando se es el centro del universo merced (de las Fiestas de la Mercè hablaremos luego) al delirante discurso independentista que inventaron unos cuantos enajenados y que alimentaron de forma obscena la oligarquía y la alta burguesía catalanas, pude ocurrir que se lleguen a creer que la tierra es plana y que Picasso nació al lado del burdel de la calle de Avinyó junto a las señoritas del MoMA, con lo cultísimos que se autodefinen los votantes de Colau.

Barcelona, otrora città aperta, como la Roma de Rossellini antes de Ingrid Bergman, cobró universal predicamento gracias a los Juegos Olímpicos de 1982 pagados por todos los españoles, catalanes incluidos, y a la labor del falangista Juan Antonio Samaranch, presidente del COI y antes presidente de la Diputación de Barcelona, entre otros altos cargos de los que disfrutó con Franco vivo. Después se adaptó. Pero también antes de después fue Berlanga a la División Azul y escribió desde el frente: “Se desangran, sí, los cadáveres de los falangistas, pero esa sangre entra en las venas de los que nos quedamos…”. Y todo eso ocurre precisamente ahora, cuando se va a cumplir el 50 aniversario de la muerte del heterodoxo Picasso, el pintor que susurraba a las mujeres a gritos. Y además le encantaban las corridas, también, de toros. De ahí el complicado equilibrio que cierta progresía cartesiana tiene que librar para librarse -valga el impertinente pleonasmo- de las amonestaciones del universo woke, la dictadura de lo políticamente correcto, los evangelistas identitarios y los filósofos machistas griegos. ¡La cantidad de editoriales y artículos de opinión que está sudando el BOE de los periódicos ante este cincuentenario para lograr la cuadratura de círculo picassiano!

Pero volviendo a la Ciudad Condal -Juan de Borbón, abuelo paterno del rey Felipe VI, usó el título de Conde de Barcelona- es menester constatar el grave deterioro que está sufriendo a manos de sus altos munícipes y del separatismo ultramontano. Hoy, Barcelona es una las ciudades con tasas de delincuencia más altas de España y la sensación de inseguridad se ha instalado de tal forma que ya empieza a no ser noticia. Hace unos días veíamos las tercermundistas imágenes que vivía Barcelona durante la celebración de su Fiesta de la Merced. La muerte violenta de un hombre por arma blanca, decenas de heridos, saqueos de comercios y restaurantes, robos, agresiones, coches y motos quemados, destrozados junto a mobiliario urbano, han sido las señas de identidad de una capital ya de por sí estigmatizada por su irrefrenable deterioro político, social, físico y de prestigio. Un grado de vandalización callejera de tal calibre, tantas veces repetido desde los tiempos del “proceso”, que ha puesto de nuevo a la otrora città aperta en el avispero delincuencial como tarjeta de visita. Con 5.483 casos de “okupación” durante el 2021, Barcelona lidera, con mucho, el récord de “okupaciones” de España.

Y de eso se quejan las fuerzas policiales, no las políticas que rigen Barcelona y Cataluña, que solo están para informar de la historia de Cataluña siguiendo los científicos parámetros del Instituto Nova Historia, desde una habitación con vistas a la independencia. Eugenio Zambrano, portavoz del sindicato CSIF de la Guardia Urbana de la ciudad, ya declaraba en 2019 que el 80% de los delincuentes son extranjeros: “No tiene nada que ver con el racismo, es una estadística y la obvian”. “Colau lleva una política de seguridad nefasta y es la gran culpable de esta situación”. Según encuestas del Ayuntamiento de Barcelona, uno de cada tres vecinos confesó haber sufrido un robo en 2018, y en 2021, año de pandemia, uno de cada cuatro. Zambrano, a raíz de los disturbios de la Merced, dijo que "sorprende el descaro de Colau cuando se presenta como víctima de una campaña de desprestigio”. Y en eso estamos: de la ciudad de los prodigios de Mendoza a una jungla donde determinados barrios ya no se pueden visitar. Y todo por la ideología, el independentismo mostrenco, el aldeanismo nacionalista y los políticos miopes, mediocres, que, junto a la burguesía catalana, jugaron a ser “mes que un club”.

Si Vázquez Montalbán viviera habría hecho que su alter ego, el detective Carvalho, dejara el Raval, uno de los barrios con mayor índice de delincuencia. Y está en pleno centro. El 25 de octubre de 2018, El País publicaba un artículo con el título “La esquina más peligrosa del Raval”. Entre otras cosas decía: “Los jóvenes estáticos en la esquina no atienden fácilmente a las preguntas de periodistas… La mayoría son de origen marroquí y argelino, aunque los vecinos no quieren ´racializar el conflicto´, muchos son los llamados Mena…”. Solo tienen que releer las declaraciones del representante sindical de la Guardia Urbana y cotejarlas. Pero eso, si se lo permiten a ustedes dos las severísimas reglas del lenguaje políticamente correcto, la ocultación intencionada de datos que son bien conocidos, el buenismo progre siempre que no les afecte a ellos y ellas, y el fanatismo ideológico por encima de cualquier consideración. De ahí que produzca monstruos, como el cuadro del catalán Goya. A más ver.