Las explosiones provocadas en cuatro tramos de los gasoductos Nord Stream 1 y 2 bajo el mar Báltico representan un salto muy peligroso en la guerra que se libra en territorio europeo, con repercusiones y consecuencias insospechadas en la tensión mundial.

En un escenario bélico tan delicado como el que vivimos, en el que se repiten amenazas de ataque nuclear por Rusia, se han destruido dos canalizaciones estratégicas vitales para el suministro de gas a Europa que, como estamos viendo con la crisis energética desencadenada, no van a poder reanudar el suministro en el futuro, con independencia del resultado de la guerra, ni serán una carta para la negociación con las autoridades rusas en el marco de las sanciones impuestas. Europa se queda sin una de las fuentes de suministro energético fundamental sobre la que ha planificado su economía y pierde la posibilidad de exigir la reanudación del abastecimiento de gas en función de la marcha de la guerra en Ucrania y del impacto de las sanciones impuestas a la Federación Rusa. Pero este país también ve destruida una infraestructura vital que permite exportar un recurso energético clave para obtener recursos básicos para su maltrecha economía.

Nunca se había producido un acto de terrorismo internacional de esta envergadura y sofisticación sobre infraestructuras energéticas de esta importancia, en un momento tan delicado de la guerra en Ucrania y con el invierno a las puertas, cuando se multiplican las alarmas por la falta de suministro de gas en Europa, por lo que el daño es gigantesco. Pero, además, el ataque es de una osadía y complejidad que requiere equipos altamente especializados en poder de muy pocos países, lo que aumenta, todavía más, la confusión sobre la autoría de este sabotaje y su propósito.

Este atentado demuestra, también, que cualquier otra infraestructura estratégica clave puede ser objeto de sabotaje a partir de ahora, hasta el punto de que las autoridades noruegas han advertido del posible ataque sobre sus plataformas petrolíferas después de ver a drones no identificados sobrevolar algunas de ellas. Cruzar estas líneas podría generar un colapso global desconocido.

No es casual que se hayan disparado las especulaciones sobre la posible autoría de estos graves ataques, de las que hay tantas teorías como hipótesis. Lo cierto es que mientras son muy pocos los países que pueden realizar un acto de sabotaje semejante tampoco existen claros beneficiados, lo que aumenta todavía más las especulaciones.

Son muchas las voces que apuntan a Estados Unidos, al aparecer como claro beneficiario económico, ya que Alemania y los países europeos tendrán que redoblar en el futuro las compras de gas a este país, en una operación que también fue insinuada por el propio presidente, Joe Biden, hace pocos meses en caso de invasión rusa a Ucrania. Pero atentar contra los intereses europeos mediante un ataque como este y a sus espaldas en una infraestructura tan vital es de una gigantesca temeridad, pudiendo poner en riesgo la alianza de la OTAN en la guerra de Ucrania. Aunque también se ha cortado una fuente de ingresos esenciales para Rusia en caso de que se firmara la paz y se reestableciera el suministro de gas a Alemania por los gasoductos, dificultando la recuperación económica en Europa y en Rusia.

Pero tampoco Rusia queda fuera de sospechas, al haber dañado gravemente las posibilidades de suministro energético esencial a Europa, lanzando una velada amenaza de lo que podría ocurrir en adelante. Incluso hay quien habla de una operación promovida por oligarcas rusos para reducir el poder de Putin y su margen de maniobra. Aunque sabotear un gasoducto en el que Rusia tiene la llave de uno de los extremos es un tanto extraño. Otros países como China o Irán podrían quedar descartados porque ni parece que puedan beneficiarse claramente de esta operación ni podrían haberla llevada a cabo con facilidad.

Otra variable no menos importante son las repercusiones medioambientales. Las emisiones que salen a través de los cuatro conductos rotos del gasoducto emiten fundamentalmente metano, considerado como uno de los gases más dañinos en la atmósfera para el efecto invernadero. Las tuberías de ambos conductos no estaban operativas, pero se encontraban llenas de gas a presión, con una cantidad estimada de 121 millones de kilogramos de gas natural, en un 95% metano, lo que significa unas 115.000 toneladas de este dañino gas que acabará en la atmósfera. Eso representa unos 9,6 millones de toneladas de dióxido de carbono, lo que significa el mismo impacto climático que las emisiones anuales de dos millones de coches de gasolina o las emisiones de tres centrales eléctricas de carbón.

Y, por si fuera poco, el Gobierno alemán considera que los gigantescos gasoductos Nord Stream 1 y 2 han quedado inutilizados de manera irreversible porque los graves daños causados no podrán arreglarse inmediatamente, hasta que no desaparezcan por completo las emanaciones de gas, lo que va a facilitar que las aguas saladas marinas se filtren por las tuberías de acero al carbono que en contacto con éstas se corroen con facilidad.

De manera que los ataques contra los gasoductos Nord Stream 1 y 2 abren una etapa repleta de interrogantes sobre el futuro de Europa y de la guerra en Ucrania.