Vaya por delante que no estoy dentro de ese reducidísimo grupo, por lo que escribo sin conflicto de intereses.

Analizamos hoy la propuesta de “impuesto a los ricos”, que debate el gobierno actual. Se trata de otro re impuesto que se suma al IRPF y al de patrimonio, aunque no se han proporcionado detalles de su cuantía ni de a quien será aplicado.

El PSOE votó en contra de esta iniciativa hace poco por tratarse de una doble imposición y su dudosa eficacia.

Esto no es más que una proclama electoralista.

Se trata de una acción populista que lo único que pretende es diferenciarse de un partido -PP- que ayuda a los ricos mientras el gobierno actual vela por la clase media trabajadora. Es una simplificación absurda, pero que comprarán algunos de los eventuales votantes de este gobierno Frankenstein.

Noam Chomsky aseguró, allá por el siglo pasado, que “todo el mundo debe asegurarse de que los ricos sean felices”, ya que según él para mantener sana la economía, en un sistema de mercado, todos debemos apoyar este sistema que funciona para el interés de los ricos y todo intento de reforma conllevará un cese de inversión que arruinaría la economía.

Sin llegar a ese extremo, lo cierto es que nuestro sistema funciona como una sucesión de ruedas dentadas, la primera de ellas es la inversión y, sin esta, es decir sin el capital, el sistema se paralizaría. Además la existencia de clases sociales es inevitable, consustancial con lo humano, me atrevería decir que incluso estimulante para el desarrollo y el progreso, como ya hemos visto en sistemas que igualan a todos por abajo.

Nada hay electoralmente más rentable para la izquierda que atizar a los ricos. Pero en pleno siglo XXI el electorado debe haber aprendido ya a diferenciar entre políticas reales y anzuelos populistas, como es esta última propuesta. Porque sí es cierto que existen dos Izquierdas bien diferentes: como escenifica muy bien aquel encuentro de Olof Palme y el general Otelo Saraiva de Carvalho, en 1975: “Nosotros en Portugal hemos hecho la revolución de los claveles para acabar con los ricos”. Olof Palme lo miró con una media sonrisa sabia y respondió tranquilo: “En Suecia lo que pretendemos, en cambio, es acabar con los pobres”.

Esa es la diferencia entre una Izquierda regresiva que prefiere mayor pobreza global siempre que esa pobreza esté mejor repartida y una izquierda moderna que trata de igualar a la sociedad por arriba.

Hacerlo por abajo, como lo intentaron los regímenes comunistas en Europa del Este, ya sabemos qué resultados produce.