La relación S/N, utilizada sobre todo por los astrofísicos que exploran el universo o los ingenieros que trabajan con dispositivos electrónicos, representa «la proporción existente entre la potencia de la señal que se transmite y la potencia del ruido que la corrompe», según la definición clásica que cualquiera puede encontrar en la Wikipedia. La abreviatura S/N deviene del inglés «signal-to-noise ratio», pero para el caso que nos ocupa nos viene al pelo porque también podría servir para aludir al matrimonio de conveniencia que socialistas y nacionalistas (S/N) mantienen en la Comunidad Valenciana.

Pocas veces el Consell había conseguido lanzar una señal política tan potente y de tan largo alcance como la emitida esta semana por Ximo Puig en el debate de política general con el anuncio de su plan fiscal para aliviar la situación que soporta la mayoría de la población, con un ajuste a la baja del tramo autonómico del IRPF para quienes ganen menos de 60.000 euros anuales, la elevación del mínimo exento de declaración y otra panoplia de medidas dirigidas a los jóvenes y las mujeres.

De una tacada, Puig descolocó, no sólo al PP, sino también al PSOE y al propio Gobierno de España. Con una alternativa nítidamente socialdemócrata, que el propio president definió en algún momento como «keynesiana» y que desborda claramente el concepto de «clase media trabajadora» que tan empeñado está Pedro Sánchez en imponer en el discurso político, Puig vuelve a marcar la agenda y toma la iniciativa. Obliga al PP a reelaborar su principal argumentario para reconquistar el poder, el de la rebaja fiscal, especialmente importante en una comunidad que padece la peor financiación por parte del Estado y, sin embargo, está en el grupo de cabeza en el ranking regional de presión impositiva. Pero también aparece como un líder con personalidad propia y autonomía respecto a la dirección de su partido y a la Moncloa. Y con peso. El que otras veces, a pesar de encabezar la mayor comunidad gobernada por un socialista, parecía discutírsele.

Con su propuesta fiscal, Puig logra marcar el debate nacional, demostrando autonomía de Sánchez, y cambiar el guion a Mazón

El resultado es que, en la Comunidad Valenciana, el PP acabó la semana anunciando por boca de Carlos Mazón que estaba dispuesto a renunciar incluso a su propuesta para pactar la de la Generalitat. Que en el juego de poderes y contrapoderes en el seno del PSOE, los habituales gallos de las baronías socialistas, encarnados mejor que nadie por el castellanomanchego García Page, tuvieron que cambiar el paso, que les llevaba directamente a copiar el modelo del PP de rebajas para todos, también para los más ricos, para acomodar el discurso al que salía de València. Y que el Ejecutivo de Sánchez, que en los primeros momentos no ocultó su profundo malestar con la vía abierta por Puig, no tuvo más remedio que precipitar su propio plan y anunciar 48 horas después una rebaja de impuestos contra la que hasta unos días antes despotricaba, aunque más acotada y acompañada de un aumento temporal de la tributación de las grandes fortunas. En definitiva, nunca una intervención en el Parlamento valenciano había tenido mayores efectos sobre el tablero político general, tanto el autonómico como el nacional.

Pero no sólo eso. A pesar de que la propuesta del Consell tiene un coste modesto, de 150 millones, a Puig también le ha servido para volver a situarse, en medio de otra crisis, en el lugar en el que mejor se desenvuelve: el del dirigente político que está pendiente de la gente. Sucedió al inicio de este mandato con la DANA de la Vega Baja y volvió a pasar, por muchas polémicas que en paralelo se susciten, con los incendios de este verano. Y sobre todo ocurrió durante la pandemia. Puig es el presidente que siempre está ahí. Ese es el espacio que sabe como nadie ocupar. Y del que Mazón, al que no sería justo negar el tiempo y esfuerzo que le dedica a intentarlo, no ha sido capaz por ahora de desalojarle. Feijóo tiene la suerte de enfrentarse a un presidente distante. Y Mazón la desgracia de haberse topado con el líder más cercano de cuantos han habitado el Palau.

En medio de otra grave crisis, el jefe del Consell se sitúa en el terreno donde mejor se desenvuelve: el del líder que está con la gente

Los equipos de Presidencia y de la Conselleria de Hacienda que dirige Arcadi España llevaban trabajando en la batería de medidas anunciadas el martes al menos desde el principio de agosto. No siempre estuvo claro el plan: había división de opiniones al principio entre quienes defendían limitarse a un anuncio de bonificaciones y quienes apostaban por un planteamiento de mayor calado político como el que al final se acabó presentando, con los que también se alineó la síndica portavoz del grupo parlamentario y postulante a la candidatura a la Alcaldía de Alicante, Ana Barceló. Y no era fácil sacarlo adelante (hasta ultimísima hora se tuvieron que estar introduciendo cambios) por las presiones de los socios del Botànic, de un lado, y el rechazo del Gobierno central, del otro.

No es cierto que Puig no comunicara al Ejecutivo de Sánchez o a la dirección del PSOE sus intenciones. Arcadi España informó de la propuesta tanto a la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, como al secretario federal de Organización, Óscar López, con quienes comparte asiento en la dirección nacional socialista, de la que la primera es vicesecretaria general. Montero se opuso en redondo y amenazó con las siete plagas de Egipto si Puig seguía adelante. López se limitó a decir que atendieran a Montero. En lenguaje político, si el responsable de Organización no trata de imponerse te está dejando la puerta abierta a actuar, aunque, como los espías en territorio enemigo, nadie dirá conocerte si sale mal. Salió bien.

Tampoco fue sencillo el acuerdo con Compromís y Podemos, opuestos a apoyar un plan que no contemplara elevar la imposición a las rentas más altas. Finalmente, se despejó el balón para volver a disputarlo como muy tarde en la negociación de los próximos presupuestos. Por en medio, hay nuevos paquetes de medidas, dirigidos a las pymes y en línea con las reivindicaciones reiteradas por las empresas familiares, que los socialistas quieren aprobar. El PSOE cuenta con la baza de hacer valer ante sus socios el desgaste que está sufriendo, sobre todo en Alicante, por un tributo que ellos abanderan y que los socialistas siempre tacharon de inoportuno, como es la tasa turística. Un nuevo impuesto que, en franca contradicción con el espíritu de lo que se está haciendo, se perfila como moneda de cambio para sacar adelante todo el programa fiscal del Consell que abandera el PSOE.

Baldoví anuncia que quiere ser presidente de una comunidad de la que no quiso hace dos meses ser vicepresidente

Esa fue la señal. No de la semana. De la legislatura. El mensaje de mayor calado, no tanto por su detalle concreto como por su lectura política, que la Generalitat ha enviado desde que echó a andar el segundo Botànic. Pero frente a la señal, el ruido que según la definición científica reproducida al inicio corrompe la emisión. Protagonizada, cómo no, por Compromís, una coalición que también desde el principio de la legislatura, para cada solución, ha supuesto un problema. Hubo un Compromís en el primer pacto del Botànic que espoleó la regeneración y los cambios. Y un Compromís en este segundo mandato, cada vez más encerrado en sí mismo, que no ha parado de zaherir al Gobierno del que forma parte al mismo tiempo que su propia coalición se desangraba y su líder más carismática tenía que abandonar el Consell tras ser imputada.

El colofón de toda esta deriva se produjo el jueves, cuando el diputado al Congreso por Valencia Joan Baldoví confirmó públicamente sus aspiraciones a ser el candidato de Compromís a presidir la Generalitat en las próximas elecciones autonómicas. Un golpe de mano de Mès, el actual nombre del Bloc, el partido integrado en la coalición en el que milita Baldoví y que antes fue Unitat del Poble Valencià, heredera a su vez del Partit Nacionalista del País Valencià: los nacionalistas valencianos gastan más en cambiar rótulos que en mantener asambleas, lo que quizá explique su dispar suerte electoral.

¿Por qué hablar de golpe de mano? Porque las primarias, cuyo reglamento fue aprobado por Mès, estaban previstas para febrero y no contemplan en su letra la elección del candidato a la Generalitat, sino la conformación de las listas electorales en cada una de las circunscripciones. Y porque una cosa es saber, como todo el mundo sabía, que Baldoví, una vez dada por amortizada a Mónica Oltra, pretendía ser el aspirante de la coalición (que forman junto a los nacionalistas de Mès, el partido de la propia Oltra, de la consellera Mireia Mollà y de la actual vicepresidenta del Consell, Aitana Mas, Iniciativa, que es el que tiene un genuino marchamo de izquierdas, así como Els Verds) y otra cosa es sacar toda la artillería a disparar aprovechando que en València están distraídos.

Los anhelos de Mès y de Baldoví son legítimos, claro: cada cual es libre de rascarse como le plazca, sobre todo si luego va a someterse al juicio de los ciudadanos. Además, Mès es dentro de la coalición el partido más grande. Pero las formas, como poco, han resultado incoherentes. Resulta que los nacionalistas, a la hora de proclamar que quieren que uno de los suyos presida la Generalitat, lo hacen en Madrid y no en la Comunidad Valenciana. Que los que dicen defender el autogobierno, no se lo comunican a su máxima representante en el Consell ni esperan a que concluya el debate más importante de cuantos las Corts celebran anualmente, sino que la ningunean a ella e irrumpen en él. Y que a renglón seguido vienen a exhibirse a Alicante, un lugar donde los actos públicos de Baldoví, a pesar de que como profesor estuvo ejerciendo al inicio de su carrera docente en el Vinalopó y la Vega Baja, se cuentan con los dedos de una mano (y sobran) en década y pico de congresista. Por cierto, Baldoví votó a favor de los últimos Presupuestos del Estado, los que dejaban a Alicante como la última provincia de España en inversiones. Dirán ustedes: hombre, y los del PSOE también. Y es verdad. Pero los del PSOE (como los del PP cuando les toca gobernar y hacen lo mismo) forman parte de una organización estatal y no lo ocultan. Pero que un nacionalista valenciano vote eso no tiene un pase.

El exconseller Manuel Alcaraz señaló recientemente en un acto que, más allá de las afinidades políticas o personales, su apuesta por Aitana Mas era fruto de un cálculo político: joven, mujer, preparada y con capacidad demostrada para asumir responsabilidades. Dicho así, sería el sueño de cualquier jefe de campaña. Pero la cuestión en estas páginas es otra. Se trata de que Baldoví (y Mès, el antiguo Bloc, sucesor de UPV, heredera del PNPV y etcétera) tenga a bien aclarar a los ciudadanos a los que va a pedir el voto por qué no quiso en julio asumir la responsabilidad de sustituir a Mónica Oltra en la vicepresidencia del Consell y sin embargo ahora pretende representarlos. Lo dicho: coherencia y Mès no son realidades que salgan en la misma foto.

El nacionalismo valenciano ha visto la gran oportunidad para lanzar el zarpazo: Iniciativa está quebrada por la salida de Oltra. Pero además tenía prisa por evitar que Aitana Mas pudiera consolidarse como vicepresidenta y, por tanto, asentarse como opción a liderar la candidatura de la coalición. Y le urgía robarle titulares a Puig, que los estaba copando todos. Con su movimiento, no dudo de que Mès y Baldoví hayan conseguido parte de esos objetivos. Pero a cambio de volver a confundir la señal con el ruido en un momento clave para las aspiraciones de la izquierda de continuar en el Gobierno más allá de estas elecciones. Y de arruinar, quizá definitivamente, la ya de por sí escasa confianza que había entre los miembros de Compromís. Todo sea por la patria.