El aún inexistente AVE entre Alicante y Valencia es otra “pistola humeante”, una más, que se convierte en innegable prueba de cargo del criminal abandono en el que el Estado tiene las infraestructuras de esta Comunidad desde hace décadas. Y hablo de Estado, así con respetabilísima versal inicial, porque el olvido, yo casi diría que el desprecio, es transversal a distintos gobiernos de distintos colores, a diferentes organismos, a variadas instituciones y a toda la patulea institucional y público-privada que ustedes quieran añadir. Veinte largos años de retrasos, mentiras, engaños y de demostrarnos, en dos décadas, una sola cosa: lo poco que importamos. Desde que Aznar viniera a poner la primera traviesa el 2 de octubre de 2002, dieciocho gobiernos y cuatro presidentes del Gobierno han insistido, mendaces, en lo mismo: que estaban interesadísimos en proporcionar una vertebración, al menos en transporte rápido y eficiente, a esta Comunidad. El sueño de tardar una hora en un viaje en tren entre València y Alicante no es ya siquiera una pesadilla sino una quimera lejana. Hemos perdido la cuenta de los retrasos. Ayer se anunció el último conocido: era para 2024 pero ahora no será hasta 2025. El Ministerio ni siquiera tuvo que explicar los motivos. Es, más o menos como si dijeran en que va a estar operativo el 3640. Da lo mismo. Es ciencia ficción igualmente.

Hemos visto en estos 20 años avanzar al ritmo rapidísimo de las obras que sí importaban, porque al ministro o a la ministra de turno le tiraba su tierra y no quería irse del cargo sin ser profeta en ella, otros proyectos de Alta Velocidad que ni existían en la imaginación cuando nos dijeron que nuestro AVE regional iba a ser cuestión de un lustro, como mucho. Pero ya llevamos cuatro. Lo peor es que aquí estas cosas no nos causan mayores sinsabores: dirá alguno que total tampoco es tanta diferencia: ahora tardamos “solo” entre 33 y 55 minutos más que esa hora de distancia que posibilitaría cambios económicos, sociales y culturales de amplísimo calado para la Comunidad. Lo que me recuerda otro problema. Es evidente que fuera ni entienden la importancia que tendría ni tampoco quieren entenderlo. Ahí tenemos la reciente herida abierta y supurando de llevarse todo el tráfico del AVE Alicante-Madrid a la estación de tercera que es hoy en día Chamartín. Pero me pregunto si parte de ese olvido, de ese pasar de nosotros olímpicamente, se debe también a que tampoco nosotros hemos acabado de asumir lo que estamos perdiendo, al ignorarlo y no defenderlo adecuadamente.

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Así ha quedado la Plaza Nueva de Alicante tras la remodelación Alex Domínguez

Y una cosa más:

La plaza Nueva de Alicante está gafada. El acuario de infausto recuerdo en el que se morían hasta las pirañas ha dado paso a la modernidad racionalista del “parque duro” en el que los fantasmas de las citadas pirañas y los peces de colores nadan en cemento. Solo los ficus y el olivo, salvados por el empeño numantino de comerciantes y hosteleros de la zona que se temían pasar de “plaza Nueva” a “plaza Muerta”, da algo de oxígeno al enclave, que siempre tuvo fama de ser uno de los más bellos de Alicante. El pueblo soberano, siempre quejoso, no ha sabido advertir la modernidad del diseño que, al parecer, contiene el proyecto perpetrado. Y además no hay juegos para niños. Criaturas.