Jesús Quintero debutó en La 1 los jueves de 1988. A las diez de la noche comenzaba El perro verde, con una de las mil melodías de Morricone que entonces casi nadie sabía suya. Entre famoso y famoso, pasaban personajes populares de su tierra, a quienes él conocía muy bien. Quintero, no lo olvidemos, era actor, y dominaba la pose. No así muchos de sus invitados, que rebosaban verdad por todos sus poros. Como Escamillo, cuando con lágrimas en los ojos recordaba su juventud, y hablando de las leyes del deseo, confesaba: «a los dieciocho años no hay hombre que sea feo y no esté bien».

En aquella época Quintero todavía no había abierto la veda a los freaks. Ni el público había descubierto al Risitas. Los guiones, y los textos que él leía en off, se los escribía el poeta Javier Salvago, y todo tenía cierto aroma de representación exquisita. Las televisiones privadas todavía estaban por llegar y el programa se llevó de calle a la audiencia. Al día siguiente todos hablaban de quienes habían charlado con Quintero. Después llegaron otros experimentos sensacionalistas como Cuerda de presos en Antena 3 e incluso un efímero regreso de Quintero a la pública. Pero ya nada era igual. La dejación de funciones de TVE es manifiesta cuando fallecen comunicadores tan descomunales como Ángel Casas y Jesús Quintero y resulta que nadie se ha molestado en pergeñar siquiera unos documentales que analicen sus figuras y lo que supusieron en la historia de la tele pública. No me gusta la palabra «imprescindibles», porque todos somos contingentes, pero creo que entienden perfectamente lo que quiero decir. Como decía Quintero en sus conferencias teatralizadas, «la televisión fue tomada por los mercaderes».