Sumidos como estamos en las graves consecuencias de la invasión de Ucrania por Rusia, las revueltas que desde hace días se están produciendo en Irán protagonizadas por mujeres hartas de vivir en un Estado que las trata como a sujetos de segunda clase, no están recibiendo la atención mediática que se merece por parte de las sociedades occidentales. No es la primera vez que en Irán surge un movimiento de descontento contra el sistema político ultra religioso que dirige el país desde que, en 1979, se instaló una República Islámica, pero sí la primera vez que ocurre cuando internet y las redes sociales han cambiado el mundo de manera irreversible. Desde Europa tendemos a creer que los ciudadanos de países dictatoriales del tercer mundo o de aquellos donde la religión domina de manera absoluta la estructura estatal, se han acostumbrado a su modo de vivir ya que es lo único que conocen. Sin embargo, los que viven en la miseria saben que lo hacen y que no es el modo normal de vivir y las mujeres que malviven sojuzgadas en regímenes ultra islámicos también saben que su vida se deshace cada día que viven. Tampoco estoy seguro de que en Europa seamos conscientes de la suerte y del privilegio que tenemos por vivir donde lo hacemos. Si nos atenemos a la cantidad de dictaduras y Estados fallidos que hay en los cuatro continentes restantes podemos deducir que nuestras vidas son en realidad una excepción en un mundo marcado por las guerras, las religiones que quieren imponer su visión de la vida y por dictadores con trastornos de la personalidad.

En Irán las mujeres están sometidas a un régimen de comportamiento que vigila cada uno de los aspectos de su vida. La interpretación del Corán llevada a cabo por los lunáticos que dirigen Irán supone trasladar el país al siglo XI. Lo más parecido al modelo de mujer que las autoridades políticas y religiosas de Irán imponen desde 1979 lo vivimos los españoles durante la dictadura franquista. Todos los adelantos que para la mujer trajo la Segunda República desde su nacimiento en 1931 terminaron con el golpe de Estado de 1936. Las mujeres, durante el franquismo, estuvieron sometidas, vigiladas y controladas por la administración, por la policía y por los jueces pero también por las mujeres que apoyaban la dictadura. Algo que también ocurre en Irán. Patrullas de mujeres ultra religiosas persiguen e informan a la policía de otras mujeres que no siguen de manera adecuada la ordenanza sobre vestimenta y comportamiento.

Lo que nos lleva a pensar que los países occidentales desarrollados terminarán enfrentándose antes o después a un modelo que lo que pretende es terminar con un sistema democrático en el que las libertades sean el motor de la sociedad. Cuando Vladimir Putin se refiere a Europa como la decadente Europa y la compara con Satán está poniendo en su punto de mira lo que en el derecho anglosajón se denomina derechos civiles. Los grupos extremistas islámicos han dejado claro en numerosas ocasiones que pretenden terminar con el modo de vida occidental comenzando por las libertades de las mujeres, libertades que, en realidad, no son otra cosa que vivir en igualdad de condiciones que el hombre, algo que el extremismo islámico no soporta.

¿Qué podemos hacer desde Europa y desde los países democráticos por las mujeres iraníes? Denunciar la situación de la mujer en las dictaduras islámicas donde los derechos individuales y las libertades no existen, denunciar el machismo miserable que impregna cada uno de los actos de la administración de Irán, denunciar la ausencia de democracia de cada país donde no la hay. No hay que preocuparse por si como consecuencia de esas denuncias se ponen en riesgo contratos de suministro de gas, petróleo o venta de armas. A sus dirigentes les da igual lo que se digan de ellos pero de este modo se hace saber a los jóvenes que se enfrentan a sus gobernantes que el mundo libre está con ellos.

Después de 20 días de protestas protagonizadas por chicas de 18 años que se niegan a tener la misma vida que han tenido sus madres, protestas que han obtenido un apoyo cada vez mayor de los hombres, el resultado son casi 150 muertes en su mayoría de chicas muy jóvenes cuyos cadáveres son entregados a sus familias con signos de tortura.

Todo aquel que haya viajado por países islámicos, como es mi caso, nota desde el primer día la ausencia de mujeres en la vida pública. En los centros de las ciudades más importantes se las ve por el día realizando tareas concretas, pero a partir de media tarde desaparecen. En las poblaciones más pequeñas apenas se las ve a ninguna hora del día. Acostumbrado a vivir en una democracia y en un país avanzado en cuanto al ejercicio de las libertades, el viajero que visita durante unas semanas un país ultra religioso islámico tiene la sensación de ver las cosas a través de un cristal esmerilado.