Cuando yo era muy joven, a finales de los años 80, España lideraba el crecimiento económico en Europa. Fue la época en la que se acuñó aquella frase de que España era el país donde uno se podía hacer rico de la manera más rápida. Exagerado, sin duda alguna, pero que resumía el concepto que se tenía de nuestro país en nuestro entorno y la euforia económica que se vivía. El Producto Interior Bruto crecía al 5% gracias a que el PSOE había conseguido que España dejase atrás cuarenta años de oscurantismo, de sotanas, de cutrerío y de falta de libertades. Durante la segunda mitad de los años 90, con el Partido Popular en el poder, España siguió creciendo algo más del 4%. Se dijo que eran cifras muy buenas.

Este año que termina está previsto que España crezca un 4,3%, cifra que si la comparamos con el crecimiento que hubo durante los años 90 debería admitirse que es un dato muy positivo. Es decir, si durante los mandatos de Jose María Aznar España era el paraíso del crecimiento económico creciendo al 4% lo mismo habría que decir del año 2022. A ello hay que añadir que la cifra de desempleo ha ido bajado de manera constante y que los afiliados a la Seguridad Social, para mí el verdadero dato a tener en cuenta, no deja de subir mes a mes desde hace varios años.

Uno de los verdaderos responsables de que el año que termina esté siendo tan positivo en materia de crecimiento económico a pesar de la guerra de Ucrania y de las consecuencias de la pandemia es, como ya sabrá el lector, el turismo y los millones de visitantes que España ha recibido este año. Lo primero que tendríamos que hacer los españoles es dar las gracias a los extranjeros que han elegido España para gastar su dinero. Somos un país privilegiado que ha conseguido una excelente reputación internacional como destino vacacional gracias al esfuerzo y al buen hacer de la sociedad en su conjunto, incluidos los políticos de cada momento.

Por todo ello no se entiende que en una situación económica a corto plazo tan complicada como parece que van a ser los dos primeros trimestres del próximo año, desde ciertos sectores de la izquierda se siga culpabilizando a los turistas de algunos de los problemas que existen en las ciudades que, en realidad, tienen la suerte de recibir la mayor parte de esos visitantes extranjeros. Hace unas semanas una asociación de Valencia que se ha autodenominado como representantes de los vecinos consiguió reunirse con el alcalde Joan Ribó para trasladarle la idea de que Valencia se ha convertido en una ciudad imposible de vivir por culpa de los turistas dada la ingente cantidad de visitantes que, al parecer, ocupan las calles, las plazas, las playas y los restaurantes. Es decir, que además de llenar las calles se pasan todo el día hablando en idiomas incomprensibles (con lo fácil que es hablar en español o valenciano, deben pensar). Si no fuera por la delicada situación económica que provocó la pandemia y ahora la guerra en Ucrania, los lamentos de esta asociación serían para tomárselos a chufla. Sobre todo porque gracias al turismo España ha conseguido, en gran parte, tener un resultado económico en el año 2022 más que aceptable.

La vicealcaldesa de Valencia del PSPV, Sandra Gómez, siempre tan presurosa a hacer suyo la primera bobada que se le ocurre a alguna asociación de vecinos, ha declarado, en su tónica antiturística habitual, que la ciudad de Valencia va a ser la primera ciudad de la Comunidad Valenciana donde se instaure la multa turística, debiendo abonar las personas que se hospeden en los hoteles de Valencia un euro y medio o dos cada día en función de su categoría y seis euros los usuarios de pisos turísticos. Yo no sé si el PSPV y Ximo Puig son conscientes del daño que esta persona va a suponer para las aspiraciones socialistas en las próximas elecciones municipales y autonómicas. Buscar un culpable para la incapacidad personal de solucionar un problema es siempre la peor opción política. Resulta ridículo pretender que la ciudadanía se crea que la causa de no haber podido solucionar, ni remotamente, el problema de la vivienda en Valencia, se deba a que el 2% del total de las viviendas son de uso turístico. No parece que haya dinero para ayudar a familias con pocos recursos para pagar el alquiler todos los meses, pero para gastarse más de 8 millones de euros en remodelar la plaza del Ayuntamiento sí que hay. Cuestión de prioridades supongo.

Los alicantinos se suelen quejar de que lo mejor siempre se queda en Valencia: las inversiones, las sedes de los organismos y las exposiciones culturales más importantes. Sin embargo, con la candidatura de Ana Barceló a la alcaldía de Alicante los alicantinos han salido ganando. La solidez cultural, el buen hacer y la experiencia de gestión de Barceló dejan a años luz el histrionismo, la inexperiencia y la conducta destalentada de Sandra Gómez.