Desde semanas atrás estamos barajando con una pareja ir a Londres. Tengo mis reservas. Ella es especialista en la lengua de Shakespeare, él tampoco es manco y, lo nuestro, «lamenteibol». De modo que no me atrevo porque, tal como están los «tories», igual pasamos por Downing Street y me echan el lazo. ¿Que no me van a entender? Pues uno más entre ellos.

A las pocas horas de dimitir la titular de Interior hubo una votación en los Comunes sobre la hidrofactura hidráulica que, de haberla perdido la primera ministra, en lugar de extraer el hidrocarburo atrapado en capas de rocas a gran profundidad, el «fracking» se lo hubieran hecho a la «woman». La enmienda se rechazó entre indecorosas secuencias con denuncias de coacciones en las filas conservadoras a fin de evitar la rebelión. La flema por los suelos con los mercados agitados abocaron a que hasta la «premier» lo captara: había salido de un entierro para entrar en otro.

Mientras nos acercamos o no a las calles por la que transita esta tropa, me asaltó el recuerdo de «Viva la libertà!». En ella, el prota es el jefe de filas de su formación quien, harto de estar harto, se esfuma y no le dice adónde ha ido ni a su mujer. Es verdad que la inspiración llega desde Italia, pero de qué lugar mejor para colegir sobre la insoportable levedad del ser. Además está encarnado por el camaleónico Toni Servillo a través del cual eres capaz de abordar el espíritu intrincado de Andreotti aunque para ello tuviese que meterse antes en la piel del Tartufo y El Misántropo de Moliére. Si no, cualquiera es el guapo.

En la cinta, la mano derecha del fugado busca a su gemelo, filósofo y reconocido pensador que acaba de salir de un centro de salud mental, lo pone al frente y, a base de conectar con lo que se espera fuera, aporta todo el impulso requerido. Es verdad que se trata de un partido de izquierdas, pero con tal de encontrarse la cabeza de una vez qué más le da a los «tories».