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Javier Cuervo

Potar sobre arte público

Unos girasoles de Van Gogh, manchados de tomate. porJosep-LluísGonzaleziCuervo

No nos vamos a enfadar mientras solo tiren puré contra el protector de cristal que protege cuadros impresionistas. El ataque de la sopa de tomate a los girasoles de Van Gogh parecía una performance favorable al pop frente al impresionismo hasta que vimos que eran ecologistas y más.

«Simpatizantes de Just Stop Oil eligen la vida sobre el arte. En esta galería, se muestra la creatividad y brillantez humana, pero el fracaso del Gobierno para actuar contra el cambio climático y el coste de la vida destruye nuestro patrimonio», argumentaron. El razonamiento que va desde el calentamiento global hasta la Galería Nacional de Londres, tiene algo de «como sé que te gusta el arroz con leche por debajo de la puerta te paso un ladrillo». Los gobiernos pueden hacer más por el planeta y las protestas ecologistas pueden hacer algo mejor que vandalismo en grado de simulacro sobre arte público, patrimonio de todos.

El arte es, desde siempre peor cada vez más asquerosamente, un negocio publicitario y especulativo para los más ricos, sobre todo en las subastas donde compiten el dinero y la vanidad y delicadas damas canalizan la testosterona en transacciones bancarias altísimas que dejan una huella de aceite y pigmentos en la pared. El gran mercado está en manos de milmillonarios americanos, chinos y árabes. Elaine Pascal Wynn, exesposa del magnate de los casinos Steve Wynn, pagó 105,8 millones de euros por un tríptico de Francis Bacon, y Al Mayassa bint Hamad al Zani, hermana del emir de Catar, casi 15 millones por 14 esculturas gigantes de fetos de Damien Hirst, leo de hace unos años. Hay petróleo en esas fortunas.

Los simpatizantes ecologistas obtendrían más simpatía lanzando espagueti con tomate sobre los parabrisas de los Ferrari, McLaren, Rolls-Royce o Lamborghini del dinero privado que sobre los cuadros de patrimonio público, pero no les vamos a complicar la vida, es mejor que se enfrenten a somnolientos guardias de museos que no ven pasar una olla en salas en las que se prohíbe comer una hamburguesa o unas patatas de bolsa.

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