Hora de pasar página. La Plataforma de Iniciativas Ciudadanas (PIC) ha ido reduciendo progresivamente su actividad, centrándose en los últimos años en la colaboración con otras entidades y la participación en debates y acciones divulgativas: ahora decide despedirse. Orgullosos de haber cumplido con lo principal de sus objetivos, es el momento de reflexionar y de clausurar con sencillez la andadura.

La PIC nació contra el Plan Rabassa, la muestra más exagerada y soberbia del urbanismo inculto, insensato y depredador que se adueñó de Alicante hace algunos años. Al grupo fundador –unas 15 personas-, se le fueron añadiendo gentes inquietas hasta alcanzar la cifra de 100 ciudadanos y ciudadanas con diversas experiencias y profesiones. A las primeras alegaciones contra el Plan le siguió la presentación de un recurso ante los tribunales. Y cuando casi nadie podía imaginarlo, los jueces pararon esa aberración de 15.000 viviendas sin previsiones para servicios públicos o uso de agua. La batalla jurídica se completó con una presencia esforzada en los medios de comunicación y a través de una gran cantidad de actos con todo tipo de asociaciones. Era la única manera de contrarrestar la potencia de los defensores del Plan y, en última instancia, de ese tipo de urbanismo que, poco a poco, en no pocas ocasiones, fue descubriendo perfiles de corrupción: una simbiosis de intereses empresariales y de sumisión de las principales fuerzas políticas.

Como fuimos conscientes de que esa disputa en el ámbito judicial y en el de la opinión pública iba a ser muy larga, decidimos ampliar las funciones y objetivos a través de críticas a otros planes municipales y empresariales, alternativas a proyectos, sensibilización de grupos, edición de estudios, jornadas de debate, etc. Así, nos ocupamos del turbio proyecto de PGOU, del Benacantil y el Castillo de Santa Bárbara, del soterramiento de las vías, del destino de la Estación de Autobuses, de la fuente de Luceros, de la memoria democrática, de la protección del patrimonio histórico y del paisaje, de alternativas al tráfico y de un largo etcétera en esos años de plomo en Alicante, en que todo parecía posible para algunos poderosos e imposible para los críticos con la gestión municipal. Ayudamos razonablemente a incrementar la transparencia y el conocimiento de la trastienda de algunos acuerdos, no obtuvimos resultados numerosas veces y en algunas, sin embargo, fuimos escuchados. En muchas ocasiones confluimos con otras entidades y nos enriquecimos mutuamente de las experiencias acumuladas. Igualmente colaboramos con asociaciones de otros lugares de la Comunidad Valenciana. Los Premios Adrián López y Ramiro Muñoz han servido para reconocer y homenajear a representantes de la sociedad civil y del mundo educativo.

A muchas personas todo esto sonará a algo muy lejano. Es verdad, por ejemplo, que dentro de poco nadie se acordará del Plan Rabassa, por la sencilla razón de que no existe. Y, sin embargo, hay una parte de la realidad ciudadana alicantina que sigue prisionera de aquellas lógicas depredadoras, que estableció inercias que aún pueden percibirse. Sin duda ese urbanismo fue propio de una etapa neodesarrollista desaforada, de diversas burbujas y de mayorías absolutas del mismo partido en el Ayuntamiento, la Diputación, la Generalitat y el Gobierno del Estado por mucho tiempo. Y de la impotencia de una oposición sin objetivos definidos ni voluntad de cambio. Se normalizó el clientelismo y la omnipresencia de algún empresario, tanto en el control del suelo como en la consecución de contratas: los límites entre la economía –un capitalismo de casino, grosero y aventurero- y la política –crecientemente autoritaria- se desdibujaron, la diversidad de potencialidades urbanas se difuminó y la idea de planificación decayó, en aras del beneficio rápido e inmediato. Todo eso ha cambiado: la crisis económica, la redistribución del poder político, el crecimiento de la transparencia gracias a entidades como la PIC, y las actuaciones policiales y judiciales hicieron inviable la perpetuación del modelo. E, incluso, queremos pensar, enseñaron algunas lecciones que no serán olvidadas por mucho tiempo.

Pero, como decíamos, Alicante sigue sin saber cómo acometer un debate social, en profundidad, sobre su futuro. Comenzando, por cierto, por una reflexión sobre qué hacer con la extensa llanura de Rabassa y sus lagunas. Ese «vivir al día», seña de identidad de las peores épocas, sigue perviviendo en la indolencia que es marca del gobierno municipal y en la ausencia de proyectos vigorosos que generen un consenso fuerte en la ciudadanía. Alicante sigue siendo una ciudad de ocurrencias, de fastos puntuales, de clamorosos avisos y anuncios pero con una identidad confusa, cuando muchas otras ciudades, en las condiciones difíciles de esta época de riesgos y desastres encadenados, se esfuerzan por pensar el futuro desde la premisa de una necesaria renovación.

Alicante sigue siendo una ciudad dual en la que campan las desigualdades: un escenario de injusticias que encuentra su mejor expresión en la ausencia de políticas relevantes de rehabilitación integral de barrios mientras la ciudad se extiende territorialmente con decisiones poco respetuosas con el medio ambiente. La pobreza está enquistada como realidad terrible a la que no se combate con medidas solidarias sino con una insultante ordenanza, inútil y vergonzosa. Alicante no se ha enfrentado estructuralmente con el cambio climático y sus efectos, confiando, estúpidamente, en las bondades de un clima cuya calidad es cada vez más frágil. Alicante no ha sido todavía capaz de definir su relación con el mar y la línea de costa, conformándose, si acaso, con actuaciones puntuales cuyos efectos no están claros. Alicante sigue sin resolver su papel en el territorio de su entorno, con los pueblos de l’Alacantí y con Elche. Alicante no ha conseguido ser respetuosa con su legado histórico y monumental para preservarlo y ponerlo en valor, ni ha sido capaz de que la cultura sea un motor de imagen global. Alicante, en fin, no ha redefinido su futuro económico en las nuevas circunstancias. Las reiteradas apuestas por la innovación y por la digitalización, casi siempre lideradas por la Generalitat, no dejan de apreciarse como añadidos a esquemas previos sin que se perciba un elemento de nueva identidad económica y empresarial, pese a los notables esfuerzos de algunas empresas y grupos de la sociedad civil. Quizá el mejor símbolo de dejadez sigue siendo la incapacidad del gobierno municipal para promover un nuevo PGOU.

Por supuesto, en todos estos aspectos habrá quien recuerde excepciones y, una vez más, se nos acuse de catastrofistas –ya nos pasó cuando nos opusimos al Plan Rabassa-. Pero esto será, por sí mismo, un índice de la verosimilitud de lo que decimos: la imaginación ciudadana yace secuestrada por muchos tópicos que se renuevan y consuelan ante cada pequeña muestra de actividad que, las más de las veces, tiene un recorrido corto. Lo que es más grave porque, por diversas circunstancias, las finanzas municipales gozan de buena salud y sería el momento de establecer proyectos de largo plazo.

Se nos dirá que, dadas estas críticas, quizá deberíamos continuar. Pero la prudencia nos debe llevar a reconocer que, habituados a un cierto tipo de discurso colectivo, probablemente, como PIC, no lo haríamos bien en las nuevas circunstancias. Pese a ello, estamos convencidos de que la PIC también fue una escuela de compromiso y conocimiento y que muchos y muchas de sus integrantes estarán presentes en otras acciones, en los debates por venir. Cabe, no obstante, una última reflexión: nos hemos hecho mayores. Y, por ello, quizá, seamos más sabios. Pero la sabiduría se muestra también en comprender que es la hora de invitar a otros a tomar el relevo. Porque un problema que tiene la sociedad alicantina es la aparente ausencia de nuevas voces en muchas acciones. Otra brecha que superar. Las formas de participación cívica están cambiando y hacen falta nuevos relatos críticos, nuevas miradas sobre la ciudad, nuevas maneras de decir lo que se piensa y lo que se quiere. No somos pesimistas: aquí y allá emergen grupos dedicados al estudio y a la reivindicación. Quizá sea preciso que haya convergencias que eviten la atomización de protestas, que incluso incrementan la negativa sensación de fragmentación ciudadana, y que intenten ofrecer alternativas propias para fomentar la deliberación democrática. La PIC tiene que desaparecer para poder formular esta invitación.

Lo que es seguro es que aquel lejano día en que empezamos a recoger firmas para decir «Stop al Plan Rabassa» nunca imaginamos que hoy podríamos despedirnos con una sensación de éxito y sin ninguna nostalgia. Quizá algún lector, alguna lectora de este humilde texto, se anime a nuevos proyectos, a soñar con ojos abiertos otras urgencias para su ciudad. No es preciso que nos retiremos invocando el amor a Alicante, esa ciudad tan rica en afirmaciones huecas: nos basta con irnos con la sensación de que el tiempo que nos fue dado vivir lo vivimos con pasión y con inteligencia. Un día dijimos que nos conformaríamos con que, cuando en los libros de historia de Alicante se hable de los desastres urbanísticos, una nota a pie de página dijera que muchos se conformaron, pero que hubo una asociación llamada PIC que no lo hizo. Nos hemos ganado esa nota a pie de página. ¿Qué más queremos? Hasta siempre, Alicante.