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Luis M. Alonso

Brasil, Brasil…

Jair Bolsonaro. Reuters

Seguidores de Bolsonaro, el líder de la ultraderecha que perdió las elecciones en Brasil, han pedido a las Fuerzas Armadas que impidan al ganador asumir la Presidencia. Siempre que los militares han atendido a un llamamiento de estas características, y no han sido pocas veces en la historia golpista de una nación, Brasil se vio empujado a las noches interminables de las largas dictaduras. En 1964, tras destituir a João Goulart, los militares, apoyados entonces logísticamente por la embajada de Estados Unidos, se mantuvieron en el poder hasta que Tancredo Neves fue elegido democráticamente en 1985.

El negro período se inició con la suspensión de los derechos constitucionales de los brasileños y desembocó en la persecución y represión de los disidentes. El temor a una izquierdización es el que frecuentemente ha movido a los poderes fácticos y a una facción importante de la clase media más derechizada a echarse en los brazos de unas Fuerzas Armadas poco escrupulosas y recelosas de las libertades democráticas. Como si nadie se acordara ya de lo ocurrido en 1964, los partidarios de Bolsonaro no resignados con la derrota en las urnas quieren que intervengan de nuevo, supuesta y curiosamente para garantizar la Constitución. Un terrible sarcasmo propio de la confusión, el miedo y el odio.

Visto desde fuera, una vez más podría dar la sensación de que el gigante de América del Sur es un país de odios polarizados que se acerca inexorablemente a un enfrentamiento civil. Ahora, ha tenido que elegir entre el hambre, que encarna Lula, un político con pasado corrupto que estuvo en prisión cumpliendo varias condenas, y las ganas de comer de Bolsonaro, un sujeto de probadas tendencias filofascistas. Por los signos externos, las ganas de comer son en este caso más perjudiciales para la salud democrática brasileña. Los seguidores del presidente que perdió las elecciones pretenden alterarla del mismo modo que los partidarios de Trump no aceptan los resultados de las legislativas en Estados Unidos. Parece un designio macabro de los tiempos.

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